«Entregar y confiar el mundo al Corazón Inmaculado de María»

«Al completarse sesenta y cinco años, después de aquel día 13 de mayo de 1917, es difícil no descubrir cómo este amor salvador de la Madre abraza en su amplitud, de un modo particular, nuestro siglo.
(…) ¿Y cómo es que se presenta hoy delante de la Santa Madre que engendró al Hijo de Dios, en su Santuario de Fátima, Juan Pablo II, sucesor de Pedro y continuador de la obra de Pío, de Juan y de Pablo y particular heredero del Concilio Vaticano II?
Se presenta con ansiedad, a hacer la relectura, de aquel llamado materno a la penitencia y a la conversión, de aquel llamado ardiente del Corazón de María, que se hizo oír aquí en Fátima, hace sesenta y cinco años. Sí, releerlo, con el corazón amargado, porque ve cuántos hombres, cuántas sociedades y cuántos cristianos, se fueron en dirección opuesta a aquella que fue indicada por el mensaje de Fátima. El pecado adquirió así un fuerte derecho de ciudadanía y la negación de Dios se difundió en las ideologías, en las concepciones y en los programas humanos! A la luz del amor materno, nosotros comprendemos todo el mensaje de Nuestra Señora de Fátima. El sucesor de Pedro se presenta aquí también como testimonio de los inmensos sufrimientos del hombre, como testimonio de las amenazas casi apocalípticas, que pesan sobre las naciones y sobre la humanidad. Y busca abrazar estos sufrimientos con su débil corazón humano, al mismo tiempo que se pone bien delante del misterio del Corazón: del Corazón de la Madre, del Corazón Inmaculado de María.
(…) Así, si por un lado el corazón se oprime, por el sentido del pecado del mundo, como resultado de la serie de amenazas que aumentan en el mundo, por otro lado, el mismo corazón humano se siente dilatar con la esperanza, al poner en práctica una vez más aquello que mis predecesores ya hicieron: entregar y confiar el mundo al Corazón de la Madre, confiarle especialmente aquellos pueblos, que, de modo particular, tengan necesidad de ello. Este acto equivale a entregar y a confiar el mundo a aquel que es Santidad infinita. Esta Santidad significa redención, significa que el amor más fuerte que el mal. Jamás algún «pecado del mundo» podrá superar este Amor.

Homilía de san Juan Pablo II en Fátima, 13 de mayo de 1982
Viaje apostólico a Portugal