«La denuncia de los errores es un deber de caridad»

EN la historia del magisterio pontificio de los últimos siglos hay una serie de documentos que han sido motivo de fuertes polémicas no solo por parte de aquellos que no comparten la fe católica, sino también dentro de la misma Iglesia en ciertos ambientes eclesiásticos.
Tales documentos fueron objeto de ambiguos comentarios por parte de algunos miembros de la jerarquía en que se reflejaba cierto desacuerdo por su contenido doctrinal o por lo menos lamentaban la inoportunidad de su publicación. En esta lista de documentos magisteriales tendríamos que incluir la encíclicas Quanta cura y el Syllabus que la acompañaba, del beato Pío IX sobre los errores de las filosofías inspiradoras del liberalismo político, la Pascendi dominici gregis de san Pío X sobre el modernismo teológico, la Humani generis de Pío XII acerca de algunos errores fundamentales sobre la doctrina católica y finalmente la Humanae vitae de san Pablo VI sobre la ilicitud de los anticonceptivos.
Todas ellas tiene una característica común: denuncian errores teológicos o morales que son fruto de filosofías de la modernidad incompatibles con la fe cristiana y que, sin embargo, estaban influyendo en ambientes católicos, con consecuencias muy graves para la perseverancia en la fe y demoledoras para la vida cristiana. El mismo hecho de denunciar errores parece que en nuestros días no goza de un gran aprecio, no se ve la necesidad, y se califica peyorativamente como si fuera una actitud fruto de un innecesario temor, como si no se confiara suficientemente en el poder de la verdad, innecesario o incluso como una falta de caridad. A lo largo de la historia de la Iglesia, como podemos comprobar por los concilios ecuménicos, esta denuncia de los errores ha tenido como consecuencia una mayor luz que ha iluminado a todos los católicos para conocer mejor y amar más intensamente la verdad. Esta denuncia es una manifestación de gran caridad y de realismo, de caridad porque es fruto de una toma de conciencia de las funestas consecuencias para la vida cristiana de estos errores, y de realismo porque no hay que olvidar que es propio de la razón humana herida por el pecado caer en el error, a pesar de apetecer la verdad. El amor a la verdad es el que mueve a denunciar el error como algo necesario para el bien de todos. También es importante subrayar que todo error solo se comprende a la luz de la verdad. El error, como es propio de todo mal, es privación y, en este caso, negación de algo verdadero; por ello en el magisterio de estos papas en los mismo documentos, normalmente, o en otros documentos del mismo pontificado han enseñado las verdades a que se oponen los errores denunciados. No reconocer la importancia de estas encíclicas puede ser debido a la ignorancia y desconocimiento de la realidad, aunque nos tememos que esta actitud oculta una falta de aceptación en estas materias de lo que ha sido el magisterio permanente de la Iglesia. Estas consideraciones son las que nos han movido a publicar en este número algunas de las magníficas e iluminadoras ponencias del congreso internacional sobre la encíclica Humanae vitae, organizado por la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune, celebrado el pasado mes de mayo en Roma. El cardenal Ladaria, prefecto del dicasterio para la Doctrina de la Fe, en aquel momento, recordó algo que se ha venido repitiendo como propio de esta encíclica: su «carácter profético». La defensa de la licitud, primero legal y después moral, de los anticonceptivos abrió una etapa de comportamientos en la vida sexual, cuyas consecuencias catastróficas son conocidas, aunque poco reconocidas… Bajo la falsa apariencia de facilitar la vida matrimonial con una comprensión no tan rigorista de la moral conyugal se han arruinado muchos matrimonios, desconociendo cual es el bien de la familia cristiana y de la sociedad. Si el uso de los anticonceptivos es moralmente rechazable es naturalmente porque no contribuye a la felicidad conyugal sino todo lo contrario. Las consecuencias de esta mentalidad antinatalista,  que va unida al uso de los anticonceptivos, está abocando a toda Europa, antes cristiana, a un gravísimo suicidio demográfico. Pablo VI con la Humanae vitae, de modo semejante a lo que hicieron los papas anteriores con los documentos aludidos, no solamente recordaron a sus contemporáneos la doctrina de la Iglesia en aspectos muy trascendentes, sino que además nos dejaron un legado doctrinal del cual con el paso de los años vamos comprobando su permanente y singular actualidad.