Suiza frente al islam

Suiza no acostumbra a aparecer en el primer plano de la actualidad política, más interesada en organizar su situación interna que en involucrarse en conflictos más allá de sus fronteras. Orgullosos de su independencia y autogobierno, los suizos tienen una enraizada tradición de frecuentes referéndums y ya han demostrado en diversas ocasiones que no se dejan condicionar fácilmente por las consignas políticamente correctas. Una situación que contrasta intensamente con las declaraciones y el actuar de la mayoría de dirigentes europeos, en muchas ocasiones más pendientes de no desviarse de las consignas impartidas desde los grandes medios que de proteger los intereses de sus votantes. Ventajas de aplicar una democracia directa a pequeña escala. Una de las últimas noticias que nos llegan desde la Confederación Helvética es la aprobación de una ley que prohíbe el burka en el cantón del Ticino. La ley es el resultado de un referéndum en el que el 65,4% de los votantes apoyó la prohibición de la disimulación del rostro en los espacios públicos, con la excepción de que la ley obligue a ello, como por ejemplo la obligación de llevar casco si uno viaja en moto. En realidad, no se trata de una ley propiamente anti-burka, sino de una ley que prohíbe velarse el rostro en público, sea con un burka, con un pasamontañas, o con cualquier otro objeto, aunque ciertamente afecta al velo integral islámico y probablemente sin la aparición de éste la ley no se hubiera ni planteado. Ahora son cada vez más quienes abogan por extender la norma a toda Suiza. La agencia Ticinonews recogía este sentir a través de las declaraciones de distintos líderes de opinión que afirmaban que «en un país libre se expresa la opinión propia sin ocultar el rostro, como una persona libre, cara a cara». Y otro diario, el Tages Anzeiger, ha apoyado la ley añadiendo que no se debe permitir ninguna excepción para los turistas (se refieren a los turistas de países árabes que visitan Suiza para comprar productos de lujo). Estas declaraciones se inscriben en un contexto en el que la población musulmana en Suiza se ha multiplicado por cinco desde 1980, alcanzando las 400.000 personas en un país de 8 millones de habitantes. Esta nueva realidad está provocando tensiones, especialmente por las iniciativas políticas que los musulmanes promueven: en 2011 los representantes de la comunidad islámica suiza pidieron al gobierno que retirasen la tradicional cruz griega de su bandera al juzgarla discriminatoria respecto a las otras religiones no cristianas. Los suizos, lejos de amedrentarse, están apostando claramente por no ceder a las pretensiones musulmanas. En 2009 votaron a favor de una ley que prohibía construir nuevos minaretes y ahora prohíben de facto el uso del burka en espacios públicos. Parece que los suizos han entendido algo que por aquí nos cuesta comprender: el islam no es sólo una religión, sino una comunidad política expansiva para la que cualquier cesión es vista como una muestra de debilidad y que, cuando consigue el peso demográfico que lo hace viable, no duda en imponer sus criterios sin respeto alguno hacia los no musulmanes.