La calidad de la fe no es una condición esencial del consentimiento matrimonial

La familia y la Iglesia, en ámbitos diversos contribuyen a acompañar al ser humano hacia el fin de su existencia. Y lo hacen sin duda con las enseñanzas que transmiten, pero también con su propia naturaleza como una comunidad de amor y vida. Si la familia puede decirse «Iglesia doméstica», la Iglesia se aplica correctamente el título de «familia de Dios» …Y debido a que es madre y maestra, la Iglesia sabe que, entre los cristianos, algunos tienen una fe fuerte, formada por la caridad, fortalecida por una buena catequesis y alimentada por la oración y la vida sacramental, mientras que otros tienen una fe débil, descuidada, no formada, poco educada, u olvidada.
Se debe reafirmar claramente que la calidad de la fe no es una condición esencial del consentimiento matrimonial, el cual, de acuerdo con la doctrina de siempre, puede ser minado solamente a nivel natural . De hecho, el habitus fidei se infunde en el momento del bautismo y sigue teniendo un misterioso influjo en el alma, incluso cuando la fe no se haya desarrollado y psicológicamente parezca estar ausente. No es raro que los novios, empujados al verdadero matrimonio por el instinctus naturae, en el momento de la celebración tengan un conocimiento limitado de la plenitud del plan de Dios, y sólo después, en la vida familiar, descubran todo lo que Dios, Creador y Redentor ha establecido para ellos. Las deficiencias de formación en la fe y también el error relativo a la unidad, la indisolubilidad y la dignidad sacramental del matrimonio vician el consentimiento matrimonial solamente si determinan la voluntad. Precisamente por eso los errores que afectan a la naturaleza sacramental del matrimonio deben sopesarse con mucha atención.
La Iglesia, por tanto, con renovado sentido de la responsabilidad sigue proponiendo el matrimonio, en sus elementos esenciales –prole, bien de los cónyuges, unidad, indisolubilidad, sacramentalidad– no como un ideal para unos pocos, a pesar de los modelos modernos centrados en lo efímero y lo transitorio, sino como una realidad que, en la gracia de Cristo, pueden vivir todos los fieles bautizados.