«La gran hora para la conciencia cristiana ha sonado»

Tras 1945 el mundo quedó dividido entre dos ideologías igual de perversas y mortíferas: el Comunismo por un lado y la Democracia liberal por otro. La base atea de ambas ideologías llevó a cabo la muerte de millones de personas. En la primera de ellas de manera cruenta a través de totalitarismos que esclavizaban a todos aquellos que no comulgaban con la ideología dominante. Fruto de todo ello fueron los millones de muertos en campos concentración y gulags. En cuanto a los países gobernados por el “totalitarismo blando” de las democracias liberales, la cosa no ha ido mejor. Las leyes antinaturales que se han ido aprobando en los últimos años han logrado un exterminio de igual o mayor magnitud anterior que el anterior (aborto, eutanasia, divorcio…), llevando a la sociedad a un nivel de desesperación y desnortamiento como nunca ha habido en la historia. El magisterio de Pío XII (1939-1958) quien, no sólo tuvo que sufrir la lucha entre hermanos durante la II Guerra Mundial, sino las consecuencias de tratar de erigir una sociedad sin Dios afirmaba su encíclica programática Summi Pontificatus (1939) que «No tiene paz el que resiste a Dios, porque la única piedra angular sobre la que tanto el Estado como el individuo pueden hallar salvación segura es Cristo».
Hace 75 años, en abril de 1948, la Revista Cristiandad recogía el Mensaje Pascual pronunciado por Pío XII ante más de trescientos mil fieles congregados en la Plaza de San Pedro. En él recordaba a los cristianos, que había llegado la hora de tomar conciencia de «su misión de ayuda y salvación para la Humanidad, puesta en peligro en su ser espiritual», pues, aunque la Guerra había finalizado otros grandes males veía el Papa que iban a venir después, exhortando a los cristianos a lo que el mismo Cristo decía a sus apóstoles «Vigilad y orad».

 

ROMANOS, amados hijos: más de una vez, la solemnidad de la Resurrección del Señor os ha dado la oportunidad de congregaros aquí en pacífi ca masa, en este majestuoso marco, ante esta columnata, cuyos brazos abiertos abrazan a todos aquellos que van hacia la Iglesia y hacia Pedro.
La bendición de Pascua «Urbi et Orbi» que habéis venido a recibir pide de cada uno de vosotros una
franca, gozosa y pública profesión de la fe heredada de vuestros padres, de fe indestructible en la santa madre Iglesia, de indisoluble unidad de pensamiento y acción con el custodio supremo de las llaves de San Pedro, que le han sido confi adas por el Divino Fundador y Señor de la Iglesia.
Este año, en estos momentos que son presagio de acontecimientos mundiales que acaso sean definitivos o irreparables, sobre esta multitud de fi eles romanos se cierne una sombra de singular gravedad, un sagrado sentimiento de expectación, un potente espíritu que, como un fuego interno, agita todas las mentes y todos los corazones.
El que no esté ciego ve, el que no esté embotado espiritualmente siente que Roma, la madre, anunciadora y guardiana de la civilización, de los valores eternos de la vida, esta Roma que ya su más grande historiador llamó, casi por instinto divino, capital de las ciudades del mundo y cuyo destino es un misterio que se va desentrañando a través de los siglos, esta Roma se encuentra hoy ante, o mejor
dicho, en medio de acontecimientos y tiempos que piden una respuesta infatigable de suprema vigilancia y acción incondicionada del Jefe de todos los miembros de la Cristiandad.
«Vigilad y orad»
Vigilad y orad; así amonestó Cristo a sus discípulos en la vigilia de la Pasión. Vigilad y orad es la exclamación que en nombre del Redentor resucitado os dirigimos a vosotros y a vuestros conciudadanos, a todos los fi eles del mundo. La gran hora para la conciencia cristiana ha sonado. O esta conciencia despierta a la plena y viril comprensión de su misión de ayuda y salvación para la Humanidad, puesta en peligro en su ser espiritual, y entonces habrá salvación y se verificará la fórmula prometida por el Redentor: «Tened fe; he conquistado el mundo», o, de lo contrario, y Dios no
lo permita, esta conciencia despertará sólo en parte, no se entregará valiente a Cristo, y se cumplirá el veredicto –terrible veredicto – no menos solemne: «El que no está conmigo, está contra mí».
Así, pues, amados hijos, comprended bien lo que signifi ca y encierra tal encrucijada para Roma, para Italia y para el mundo. En vuestra conciencia, que habrá despertado a tan plena comprensión de su responsabilidad, no hay lugar para la ciega creencia en aquellos que primero hacen abundantes aclaraciones de respeto por la religión y luego, ¡ay!, se manifi estan negadores de lo más sagrado que hay en esta religión. En vuestra conciencia no hay lugar para la cobardía, para la comodidad y la irresolución de aquellos que en esta hora crucial creen que pueden servir a dos señores.
Vuestra conciencia sabe que el cumplimiento de la justicia social y de la paz entre las naciones no puede alcanzarse y asegurarse si uno prefi ere cerrar los ojos a la luz de Cristo y si abre sus oídos a la falsa palabra de los agitadores, que en la negación de Cristo y de Dios ponen la piedra angular y la débil base de su labor.
Injustos ataques
La Iglesia de Roma, que para vosotros, aun en el sentido más estricto, es vuestra madre, es hoy el blanco público de los más injustos ataques. Como Cristo fue calumniado, cubierto de vituperios y de Iodo, del mismo modo no se ahorra insulto a la Iglesia por sus enemigos, cegados por la pasión.
En vano la Iglesia de esta ciudad, que es el centro de la Cristiandad, ha multiplicado sus benefi cios; en vano, en circunstancias de inminente peligro, ha salvado, acogido y dado asilo a los perseguidos de todas clases, aun a sus encarnizados enemigos; en vano, en tiempos de opresión, ha afi rmado la dignidad y los derechos de los seres humanos y de la justa libertad del pueblo; en vano, cuando la amenaza de la inanición se cernía sobre la Ciudad Eterna, se cuidó de su alimentación; en vano, como fi el intérprete de los mandamientos de Cristo, ha elevado su voz contra los peligros de la ola de inmoralidad que conducía al pueblo a la decadencia y a la ruina.
La Iglesia, acusada de reaccionaria
La Iglesia ha sido acusada de ser reaccionaria y sostenedora de las mismas doctrinas que condena; se
la ha acusado de empobrecer y dejar morir de hambre a la gente, a la que generosamente ayudó y continúa ayudando, especialmente por medio de la caridad del mundo católico; se la ha acusado de traicionar las doctrinas de Cristo, su Divino Esposo, a quien nunca se cansa de defender; se
la ha acusado por medio de la amplificación y generalización de las faltas de uno de sus miembros, degenerado, que deplora y castiga la Iglesia. Mas, forzada como se ve a refutar estos cargos tan amargos contra el honor y el nombre de Cristo, para la integridad de su doctrina, para la protección de tantas almas sencillas e imprudentes, cuya fe podría vacilar ante tan viles acusaciones; la Iglesia ama a sus detractores, que son también sus hijos, y los invita, como ahora os invitamos a todas las gentes
de Roma, de Italia y del mundo, a la unión, la armonía, el amor y los pensamientos y planes de paz.
Que la gracia de Dios Todopoderoso, la protección de la Virgen María, Madre del Amor Divino y Salud del pueblo de Roma, estén con vosotros, mientras Nos, con todo nuestro corazón, impartimos a todos los presentes y remotos nuestra paternal y apostólica bendición