Naamán, los nazarenos y los alemanes

George Weigel, escribiendo para First Things, establece un paralelismo entre la historia de Naamán, el general sirio, el enfrentamiento de Jesús con sus compatriotas de Nazaret y el «Camino Sinodal» alemán. Naamán busca una cura para su lepra, pero cuando Eliseo le dice que se bañe siete veces en el Jordán, se resiste. Finalmente seguirá las instrucciones de Eliseo y se curará: su orgullo había sido el obstáculo para su curación. El otro pasaje que cita Weigel es aquel en el que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, se proclama mesías ante aquellos con quienes ha convivido largos años. Estos, en su orgullo, empiezan a preguntarse: ¿No es el hijo de José el carpintero? ¿Quién se cree que es? Indignados, expulsan a Jesús de Nazaret y están a punto de despeñarlo cuando, «pasando por medio
de ellos, se marchó» (Lucas 4:30). El orgullo, una vez más, ha sido un obstáculo para la fe. Los nazarenos, en su orgullo, explica Weigel, pensaban que sabían más que Dios sobre lo que era
bueno y malo:
«Cuando el Camino Sinodal alemán declara que sabe más que Dios sobre lo que constituye una vida recta, la felicidad y la bienaventuranza final –que es lo que hace el Camino Sinodal cuando rechaza la antropología bíblica del Génesis 1 y abraza la ideología de género y la agenda LGBTQ–, los alemanes se comportaron exactamente como Adán y Eva, Naamán antes de su conversión y los nazarenos. Cuando el Camino Sinodal alemán respalda una especie de sistema parlamentario de gobierno
eclesiástico en desafío al orden que Cristo mismo estableció para su Iglesia, los alemanes estén haciendo precisamente lo que han hecho todos los pecadores orgullosos desde Adán y Eva hasta el leproso Naamán y los despreciativos nazarenos: rechazar la revelación divina.
Unos meses después de que Juan Pablo II publicara su encíclica de 1993 sobre teología moral católica,
Veritatis Splendor, se publicó un libro de comentarios sobre ese texto –todos negativos– a cargo de teólogos alemanes. El editor del libro escribió en el prólogo que el libro se publicaba porque Alemania tenía una responsabilidad especial en lo que a teología en la Iglesia católica se refiere. A lo que uno puede preguntar: “¿Quién lo dice? ¿Cuándo fue esa elección?”. Este es el tipo de orgullo que llevó
a muchos teólogos alemanes a considerar al brillante Juan Pablo II como un eslavo premoderno y reaccionario, que no estaba a la altura de sus ilustrados estándares. Ese mismo orgullo ha colonizado y corrompido completamente el Camino Sinodal alemán».