Los monjes benedictinos vuelven a la abadía de Solignac

El 22 de noviembre de 632 el rey Dagoberto I donaba a san Eloy unos terrenos en la antigua y floreciente villa galorromana de Solemniacus para «trazar y construir en ellos una escalera por la cual ambos pudieran subir al cielo». Así nacía el monasterio de Solignac (Francia), «escuela de arte y de virtud» bajo la regla de san Benito y san Columbano, que desde el 638 comenzó a llenarse de monjes, afamados por su piedad y su hábil trabajo en las artes del fuego: metales, orfebrería, esmaltes…
La vida monástica floreció alrededor de la abadía, que consagraría su iglesia en 1143 y que pasando por altos y bajos –saqueos, revueltas e invasiones (entre 1574 y 1619 estuvo en manos de los hugonotes)–, mantuvo la vida religiosa de acuerdo con la regla benedictina hasta el 30 de abril de 1790.
Fue entonces cuando la municipalidad de Solignac, siguiendo las órdenes del gobierno revolucionario, expulsó a los últimos catorce monjes que ocupaban el monasterio, poniendo fin a la fundación benedictina realizada por san Eloy. La abadía fue transformada en prisión para los religiosos y sacerdotes refractarios que más tarde serían deportados a los pontones de Rochefort y Cayenne, donde morirían mártires.
En 1810 la abadía pasó a acoger una casa de educación para niñas de origen noble, pero volverá a quedar vacía entre 1816 y 1824, fecha en que el monasterio se convirtió en fábrica de porcelana de Limoges.
Cinco años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, la fábrica cerró y la abadía permaneció desocupada hasta que en 1939, huyendo del régimen nazi, se instaló allí la Escuela Normal de Obernai, acompañada por su capellán, el padre Robert Bengel –nombrado más tarde «Justo entre las Naciones» por la protección que dio a los judíos.
Al acabar la guerra, los alumnos de Obernai volvieron a Estrasburgo y la abadía pasó a manos de la Congregación Misionera de los Oblatos de María Inmaculada, que la amplía para poder acoger a las numerosas vocaciones que recibe.
Pasan los años y el escolasticado se va vaciando y en 1970 los Oblatos deciden dejar Solignac, que se convirtió en un centro de acogida hasta 1993, cuando el monasterio volvió a quedar vacío. En 1996 la abadía acogió a la comunidad carismática «Le Verbe de Vie», que la abandonó el 15 de octubre de 2004 y desde entonces está desocupada.
Sin embargo, el pasado mes de agosto los monjes benedictinos regresaban de nuevo al monasterio de san Pedro y San Pablo de Solignac, que ha sido adquirido por la Orden para establecer allí un priorato, puesto bajo el patrocinio de san José. El 28 de noviembre, primer domingo de Adviento e inicio del nuevo año litúrgico, monseñor Bozo, obispo de Limoges, presidió la Misa de instalación oficial de los monjes en la abadía.
Este acontecimiento, además de los beneficios que reportará a la Iglesia local, supone un rayo de esperanza para toda la Iglesia en Francia, que está viendo cómo en los últimos años aumenta de forma imparable el número de edificios religiosos abandonados por las propias parroquias o comunidades o destruidos por la creciente ola de profanación que sufre el país. Los incendios de Notre-Dame y de la histórica iglesia de San Sulpicio de París o de las catedrales de Nantes, Rennes, Lavaur y Pontoise son las imágenes más visibles de lo que se ha calificado ya como «la tragedia de las iglesias francesas» en un país donde se registran más de 1.000 actos vandálicos contra edificios o monumentos cristianos cada año.