Por qué dejé de ser masón

Serge Abad-Gallardo es arquitecto francés de padres españoles. Casado y con dos hijos, y como él mismo dice: «vine al mundo en una familia católica, pero poco practicante».
Fue miembro de la masonería durante más de veinticinco años, desde 1989 a 2013, donde alcanzó el grado de venerable maestro en una de las obediencias masónicas más importantes de Francia, «Derecho Humano» y perteneció a los altos grados. Ingresó en ella por un amigo, guiado por el orgullo de sentirse un iniciado y con la sed de conocer las respuestas a las preguntas más profundas del hombre, un «secreto» al que en más de veinte años nunca llegó. Pero ese tiempo en las logias sí le sirvió para comprobar la diferencia entre lo que se predica y lo que se practica, y sobre todo para sentirse vacío de las aspiraciones de verdad espiritual que sentía su alma. Ese vacío lo llenaría Dios merced a una conversión religiosa.
En la primera parte de este libro lleno de sinceridad, el autor cuenta su experiencia de iniciación, los ritos, ideas y moral masónicos. Entre otros aspectos profundiza en la libertad dentro de la logia. En un principio le parece posible expresarse libremente e intercambiar ideas. Pero pronto uno se da cuenta de que la palabra sólo es libre en el marco de lo que él denomina «la palabra masónicamente correcta». Es decir, uno no puede expresar fácilmente, y menos aún defender convicciones diferentes a las sostenidas por la masonería (por ejemplo, sobre el matrimonio homosexual, la familia, el aborto, la eutanasia, etc.). Nos cuenta que si eso sucede, uno queda enseguida en minoría, si es que no es objeto de burlas.
La segunda parte está dedicada a contar su proceso de conversión y las razones por las que abandonó las logias. Ante la incompatibilidad entre ser masón y ser católico, eligió la luz de Cristo en contraposición a las luces masónicas.
Su conversión duró unos nueve años en los que Serge pasó por varios estadios. Cuenta que tuvo consciencia de la presencia de Cristo a su lado en 2002, en un encuentro con un padre franciscano en Aix-en-Provence. Entonces empieza a rezar pero sin ir a misa. Dos eventos marcan su conversión: un retiro en la abadía de Lagrasse y una peregrinación con su familia a Lourdes en el día de la festividad de santa Bernadette donde recibió una gracia particular e inesperada. En su búsqueda de la verdad el autor se da cuenta de que, para la masonería, la verdad es subjetiva, cambiante, contingente, inmanente y construida poco a poco por el ser humano. Mientras que para la Iglesia, la verdad es objetiva, definitiva, establecida, trascendente, esencialmente divina.
En todos estos años van dándose cuenta con toda claridad de la imposibilidad de la doble pertenencia, y al final nos dice: «Lo que encontré en la Iglesia, que no se puede encontrar en la masonería, es el camino que lleva a Dios: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Ésa es la Verdad esencial que Jesús nos trae y que la masonería nos quiere negar. El objetivo explícito de la masonería es prometer a todos la felicidad en la tierra. Soy testigo de que la masonería fracasa en ese objetivo».