Marx y Engels se desvanecen… sólo queda Jesucristo

Antonio Socci escribe en el diario Libero sobre el testimonio de los últimos días de quien es considerado en Italia como uno de los grandes pensadores marxistas:
“El mayor pensador marxista del siglo xx. Así, dedicándole toda una página, “L’Unità”, el 13 de julio de 2008, conmemoraba a Galvano Della Volpe en los cuarenta años de su muerte.
La editorial, próxima al comunismo, Editori Riuniti, había publicado toda su obra en 1972, en una elegante edición en seis volúmenes. Según L’Unità fue además “el maestro invisible del Sesenta y ocho”. Murió también en aquel año fatal.
Hoy, después de casi cincuenta años, se descubre algo de esos últimos días que sorprenderá a todos: si no es una conversión, se parece mucho.
Quien levanta el velo sobre este misterio íntimo del gran pensador marxista es su propia sobrina, sor Monica Della Volpe, con un testimonio conmovedor recientemente publicado en el número 679 de “Studi Cattolici”, el interesante mensual dirigido por Cesare Cavalleri.
Sor Mónica, ahora Madre abadesa de un monasterio trapense de rigurosa clausura, con tierna ironía, traza una pequeña historia familiar para enmarcar su precioso encuentro con su tío filósofo.
Comienza hablando de su abuelo, el conde Lorenzo Della Volpe, que era “un hombre de inteligencia brillante, un espíritu iluminista e irónico… Creo que era químico, era noble e inventor”.
La esposa de Lorenzo, Emilia, “era una mujer de fe y devoción cristianas”, que sufría esa vida de altibajos en el presupuesto familiar y “sufría viendo crecer a sus hijos según la mentalidad paterna, irreverentes hacia las cosas santas”.
De los seis hijos varones, Galvano era el mayor y el padre de la hermana Mónica, que era el más pequeño, “tenía una veneración por este hermano mayor, profesor y joven filósofo”.
Sor Mónica explica que su madre, que tenía una buena relación de afecto y respeto con sus suegros, “detestaba con fuerza al tío Galvano, que consideraba el único culpable de la ‘conversión’ de mi padre a la fe marxista”, como a veces decía. Se había casado con un cristiano y se había encontrado un marido sinceramente convencido de esa perniciosa ideología”.
Sor Mónica también describe a su tía Adriana, la esposa de Galvano, como “una mujer buena y cordial, de sentimientos cristianos sinceros, aunque inmersa en la fatuidad del ambiente aristocrático que frecuentaban”.
Sor Mónica explica después sus reuniones con su tío filósofo cuando ya vivían en Roma. La joven Mónica supo por su tía que el amigo más querido de Galvano era Pier Paolo Pasolini, a quien su tío llamaba “misticazo” por sus intereses religiosos, pero cuya compañía apreciaba mucho.
Sor Mónica explica que volvió a visitar a sus tíos después de algunos años para despedirse de ellos antes de entrar en el monasterio.
Y éste es su recuerdo más precioso:
“Mi tío estaba gravemente enfermo, me recibió en la cama. Después de los primeros comentarios de educación, me dijo que quería completar el capítulo de un libro que estaba escribiendo y me preguntó si podía dictármelo. Acepté de buen grado. Estaba muy cansado, me dictó algunas frases no del todo conexas, pero cuál fue mi sorpresa cuando me dictó claramente: “¡al final no hay Marx ni Engels, sino sólo Jesucristo!” Eso era a lo que quería llegar. Hubo un silencio y luego preguntó: “¿Cuánto he dictado, tres o cuatro páginas?”. “No tío, menos de una página”. Siguió otro silencio, se quejó un poco y dijo “soy como Cristo en la cruz”. La tía Adriana me confirmó que le había oído comentarios como ése otras veces. Estaba demasiado cansado, la visita llegó a su fin. La muerte llegó poco tiempo después”.
Sor Mónica comenta:“siempre he considerado como providencial aquel encuentro”. De hecho, ese recuerdo revela algo que hasta ahora no era conocido: algo muy parecido a una conversión”.
Quizás ésta fue la intuición más profunda de un filósofo».