Y fue arrojado el gran Dragón a la tierra…

Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. (…) ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el diablo ha bajado donde vosotros enormemente enfurecido, sabiendo que le queda poco tiempo». (Ap 12, 7-9.12)
Podemos observar en este pasaje del libro del Apocalipsis cómo se nos presenta a Satanás en dos estados diferentes: uno en el cielo y otro en la tierra (más tarde se hará referencia a un tercer estado, en el que el Dragón es arrojado de la tierra al abismo y atado en él). Numerosos escrituristas han visto la presencia del Dragón en el cielo como la época, iniciada con Adán y Eva, en que el diablo, pasando por dios, se ha hecho adorar idolátricamente por los hombres a través de falsas religiones, sincretismos, mitologías, gnosis, etc. (v. Dt 32,17, la religión de los incas, la naturaleza de Spinoza o el gran arquitecto de los masones). Sin embargo, una mirada atenta a nuestro mundo actual parece indicarnos que este tiempo del diablo en el cielo ya acabó. El espíritu anticristiano de nuestro tiempo no pretende que el hombre adore a falsos dioses sino que se levanta contra todo lo que se llama dios o reciba culto (cf. 2Tes 2,4). Es la tentación de que no hay nada por encima del hombre a lo que haya que adorar. Esta tentación satánica, que surge a finales del siglo xix y se extiende desde entonces, no tiene ningún precedente en la historia y nos indica que el Dragón ya ha sido arrojado a la tierra y está furioso, porque sabe que le queda poco tiempo.
Así lo percibió el papa León XIII al prescribir el rezo de la oración a san Miguel, oración que no hace mucho invitaba a recuperar el papa Francisco (cf. homilía en Santa Marta, 29/9/2014). Y por eso no es de extrañar que el Santo Padre, desde el inicio de su pontificado, venga insistiendo sobre la presencia del diablo entre nosotros: «Por favor, no hagamos tratos con el demonio y tomemos en serio los peligros que se derivan de su presencia en el mundo» (homilía en Santa Marta, 11/10/2013).
«¡Pero, Padre, usted está un poco anticuado! Nos asusta con estas cosas… No, ¡yo no! ¡Es el Evangelio! Y esto no son mentiras: ¡es la Palabra del Señor! Pidamos al Señor la gracia de tomar en serio estas cosas» (homilía en Santa Marta, 10/10/2013) porque «a esta generación y a muchas otras se les ha hecho creer que el diablo era un mito (la negación del carácter personal del diablo es también otro signo de los tiempos que vivimos), una figura, una idea, la idea del mal ¡pero el diablo existe y nosotros debemos combatir contra él!» (homilía en Santa Marta, 30/10/2014). «Por eso san Pablo habla de la vida cristiana como de una lucha: la lucha de todos los días. Una lucha para vencer, para destruir el imperio de Satanás, el imperio del mal» (homilía en Santa Marta, 19/1/2017).