Razón del número

Durante los últimos pontificados ha habido una extraordinaria insistencia en las enseñanzas y actividades apostólicas en torno al misterio de la misericordia divina que constituye un verdadero «signo de los tiempos». Recordemos sólo los más sobresalientes: la encíclica Dives in misericordia, la institución de la fiesta litúrgica de la Divina Misericordia, el doctorado de santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, las reiteradas enseñanzas del magisterio de todos los últimos papas y finalmente, la actual convocatoria del Año Jubilar de la Misericordia.
Las palabras de san Pablo están hoy más que nunca presentes en la labor apostólica de la Iglesia. «Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia». Un mundo actual tan alejado de Dios parece que es ajeno a aquellas palabras del profeta Zacarías: «Mirarán al que traspasaron». Sin embargo, la Iglesia, al contemplar al hombre de hoy tan necesitado de redescubrir el amor de Dios, proclama que sólo si dirige su mirada al Corazón de su Hijo puesto al descubierto por la lanzada del soldado podrá reconocer la misericordia de Dios.
Las palabras de san Juan Pablo II nos lo recuerdan al afirmar en la encíclica Dives in misericordia: que el culto al Corazón de Jesús es el ejercicio más completo y profundo del misterio del amor misericordioso de Dios. Así lo ha reiterado también el actual papa Francisco: «El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios, representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la humanidad.»
Como ocurre tantas veces las enseñanzas más necesarias y verdaderas pueden ser objeto de deformación y por ello es necesario acudir a los grandes doctores que iluminan con su doctrina el magisterio de la Iglesia. Con este propósito hemos creído conveniente hacer referencia en este número a la doctrina de santo Tomás sobre la misericordia, recordando que es tanto más necesaria cuanto mayor es el pecado y no sólo lo perdona sino que regenera a la vida de la gracia. Por ello las palabras de santo Tomás recordadas por el papa Francisco en la bula de convocatoria del Año Jubilar resultan tan centrales; «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto muestra su omnipotencia» y comenta el Papa: «Estas palabras muestran cuanto la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien de la cualidad de la omnipotencia divina».
En las distintas secciones que con motivo del Año de la Misericordia puede encontrar el lector en cada uno de los números se pone de manifiesto cómo no solo la doctrina sino también la práctica de la misericordia ocupa un lugar central en la vida cristiana. Hemos querido subrayar en este número la práctica de las obras de misericordia llevada a cabo de forma tan admirable y ejemplar por una congregación religiosa femenina de no muy lejana fundación como son la Hermanas fundadas por santa Ángela de la Cruz. Su presencia y su labor por las calles de nuestras ciudades atendiendo a los más pobres y enfermos constituyen una muestra profundamente evangélica del amor misericordioso de Dios Padre.