
Hace 75 años la revista Cristiandad dedicaba el número del mes de mayo a María, afi rmando: «¡En qué gran medida los hombres de nuestra época, más si cabe que los de otras, necesitan de la mediación de la Virgen!…
Id y enseñad a las gentes… », dijo el Mesías. Y Santiago el Mayor, uno de los apóstoles predilectos de Jesús, cumple el mandato divino por tierras ibéricas. Un día, desalentado, abatido por la indómita resistencia que a su predicación oponían los indígenas de las tierras hispánicas, ora en las márgenes del Ebro, con unos pocos discípulos. La Virgen María, que por aquel tiempo aun vivía en carne mortal, se le aparece sonriente, hermosísima, resplandeciente, sobre un pilar, como significando que aquella dura firmeza de los hispanos ha de tornarse en regia fortaleza donde se estrellarán las herejías, los errores y las falsas religiones.