La diócesis de Barbastro-Monzón abre la causa de beatificación de 252 mártires

La diócesis de Barbastro-Monzón –afirmaba el pasado 9 de octubre don Ángel Pérez Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón, en una carta pastoral– está marcada por su carácter martirial. En su memoria se hunde la huella de los 78 beatos mártires de la Guerra Civil, con su obispo, Florentino Asensio a la cabeza. Con él, 51 claretianos, 18 benedictinos, 5 escolapios, los curetas de Monzón, José Nadal y José Jordán, y el laico Ceferino Giménez Malla «el Pelé», dieron testimonio de fe en una diócesis donde 9 de cada 10 sacerdotes fueron asesinados entre 1936 y 1939».
«El martirio –continuó don Ángel Pérez Pueyo–, como expresa de forma sublime el papa emérito Benedicto XVI, es un don, un regalo de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que de repente entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino. Cada uno encontró su propia vocación martirial asumiendo el proyecto que Dios tenía sobre él. En dicho proyecto cada uno encontró su verdad y, aunque pueda resultar paradójico, esta verdad les hizo sentirse realmente libres. No nos sorprende, por tanto, el ansia de martirio y las prisas de eternidad que tenían la mayoría.
»Barbastro [el Alto Aragón oriental], en palabras proféticas del cardenal Aquilino Bocos, regado con la sangre inocente de su pastor, don Florentino Asensio, de sus sacerdotes diocesanos, de sus religiosos y de sus fieles seglares, pasará a la historia como lugar donde se escribieron una de las actas más bellas del martirologio de la Iglesia. Su nombre será paseado por los cinco continentes como atalaya del espíritu, yunque de fidelidad y emblema de reciedumbre. La glorificación de estos mártires, y la de los que le seguirán, hace que Barbastro [el Alto Aragón oriental] no sea ya recordada como “altar de sacrificio” sino como “cátedra” elocuente que enseña a morir de pie –“entre el canto y el perdón”– a los testigos del Evangelio».
Este martirologio se verá pronto completado con la incorporación de 252 nuevos mártires, cuyo proceso de beatificación se inició el pasado 6 de noviembre, fiesta de los mártires del siglo xx. Se trata de don Félix Sanz Lavilla y compañeros mártires: 210 sacerdotes diocesanos, 3 monjas clarisas, 5 seminaristas y 34 laicos. En total 328 mártires, de los cuales 78 ya han sido beatificados. «Son nuestros testigos, la joya de la corona, que fecundará nuestra Diócesis de nuevas vocaciones. Así quedó, salpicada de cruces nuestra geografía diocesana. Se lo debíamos. Y hoy saldamos esta deuda de gratitud con todos ellos», afirmó el obispo de Barbastro-Monzón en la Eucaristía previa a la apertura de la causa.
«Los mártires –prosiguió don Ángel Pérez Pueyo en su homilía– no han caído del cielo con los bolsillos repletos de estrellas. Han nacido en una familia, como la nuestra, han crecido y madurado humana y cristianamente con nuestra gente. Han llegado a descubrir que la verdad más profunda, pese a las contrariedades que les pueda tocar vivir, es responder con autenticidad a una única pregunta: desde dónde quieres Señor que te ame, te sirva o te siga. El martirio no es fruto de un proyecto humano o de una hábil estrategia… es simplemente un don, un regalo de Dios (…)
»A través de su testimonio de fe podemos aprender que cuando nadie repara en ti, ni te entienden, cuando te silencian o “ningunean”, cuando todo se tuerce o fracasan todos tus proyectos… sólo la fidelidad al Padre, el abandono de fe, la entrega en obediencia martirial que vivió Jesús, te ayudarán a descubrir paradójicamente cómo también se puede “perder” y, sin embargo, “ganar”.
»Os muestro también este manojo de tomillo que se ha convertido para nosotros en un verdadero sacramental porque encarna nuestra identidad martirial. Qué bonito y qué profundo simbolismo. El tomillo perfuma las manos de quienes cortaron la vida de nuestros mártires, arrancándolos de la tierra donde nacieron, entre cantos de bendición y de perdón. Tiene su sitio en la calle, donde agiganta su perfume, convertido por nuestras vidas en bálsamo de Dios para los hombres».