Guerra estratégica en el Kurdistán

La paz sigue sin llegar a Oriente Medio. La larga guerra en Siria dio un vuelco con la intervención de Rusia en favor del régimen de Bashar el Assad. Junto al apoyo ruso, fue también clave para la derrota del Estado Islámico la actuación en el noreste del país de las milicias kurdas, apoyadas por Estados Unidos.
En 2017, tras la caída de Raqqa, Assad ofreció a los kurdos una amplia autonomía en la región que controlan en el norte de Siria. Siguiendo las directrices de sus aliados estadounidenses, los kurdos rechazaron entonces esa propuesta, apostando por intentar el desarrollo del Estado kurdo que, aunque sin ningún reconocimiento internacional, proclamaron en 2016. Los kurdos se distribuyen entre Siria, Irak y, sobre todo, Turquía, y no renuncian a crear un estado propio que los agrupe.
La situación en la región dio un giro inesperado cuando hace unas semanas el presidente estadounidense Donald Trump anunció la retirada de las tropas norteamericanas de Siria. De este modo, los Estados Unidos abandonaban a su suerte a sus antiguos aliados kurdos.
El vacío que iba a crearse en la zona dio pie, de manera inmediata, al anuncio de Turquía de que iba a entrar en territorio sirio para dotarse de una franja de seguridad de entre 30 y 40 kilómetros a lo largo de los casi 500 kilómetros de frontera turcosiria. La motivación principal era impedir el desarrollo de un estado kurdo, al tiempo que encontraba una salida a los tres millones y medio de sirios sunitas refugiados en Turquía.
El anuncio de la ofensiva turca hizo disparar todas las alarmas, pues las milicias kurdas del norte de Siria albergan en sus prisiones a alrededor de doce mil yihadistas, de los que unos 2.500 son extranjeros enrolados en el Estado Islámico. De hecho, el avance de las tropas turcas ha significado que algunos de ellos hayan escapado.
La reacción siria, nuevamente con apoyo ruso, no se hizo esperar, cruzando el Éufrates y recuperando el control de amplias zonas en disputa. En este contexto, los kurdos, abandonados por Estados Unidos, se han visto obligados a aceptar condiciones peores a las que rechazaron hace dos años, entre ellas la integración de las milicias kurdas en el ejército sirio. Turquía acepta una pequeña franja desmilitarizada, garantizada por Assad, y, sobre todo, se asegura de que el sueño de un Kurdistán protegido por los Estados Unidos, algo que garantizaría su integridad territorial, queda descartado por el momento.
En resumen, los kurdos salen derrotados (pero al menos sobreviven), Bashar el Assad está más cerca de recuperar el control sobre toda Siria (una buena noticia para la población cristiana, que vive en una relativa paz bajo el régimen sirio), Turquía se asegura de que no aparezca un Estado kurdo y Rusia se consolida como la potencia con mayor peso en la región. Por el contrario, la imagen de los Estados Unidos como un aliado confiable queda seriamente dañada.