Santa Juana de Arco

Quién fue santa Juana de Arco? ¿Por qué es un modelo para los jóvenes de hoy?
El papa Francisco, en su encíclica Christus vivit la propone como modelo a los jóvenes católicos junto a otros santos. De ahí el porqué de este artículo y he ahí, también, una prueba de la importancia de esta santa.
Queremos ofrecer a los lectores dos respuestas: la primera, quién fue nuestra protagonista, y la segunda, en qué pueden imitarla los jóvenes de hoy –y también los mayores, pues todos estamos llamados a imitar a los santos–.
Vayamos a lo primero. Santa Juana de Arco nació en la fiesta de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pueblecito que se encuentra en Lorena, región oriental de la actual Francia. Hija de Jacques D´Arc e Isabel Romée, fue la cuarta de cinco hermanos. Juana era una joven normal, sencilla, alegre y piadosa. Se dedicó a lo que se dedicaban los niños y jóvenes de su edad: a jugar, a rezar y más adelante a ayudar con las faenas del campo. Todo transcurría de la manera más cotidiana.
Hay que decir que por entonces la Cristiandad no atravesaba su mejor momento. Por esas fechas no todos reconocían al papa de Roma, ya que había dos antipapas (uno en Aviñón y otro en Pisa), con la división que ello acarreaba, aunque gracias a Dios a partir de 1417 se logró volver a la unidad.
Para Francia, por su parte, el futuro resultaba incierto, ya que se hallaba inmersa en el conjunto de guerras conocido como Guerra de los Cien Años (1337-1453), con una situación realmente crítica: a nivel territorial la monarquía inglesa tenía ocupada gran parte del territorio; a nivel político, la legitimidad del futuro Carlos VII –en ese momento Delfín Carlos– no estaba asegurada ni reconocida por muchos.
En este contexto, la vida de Juana va a dar un giro fundamental cuando tenga 13 años, ya que un día tiene unas apariciones celestiales, donde se le aparece el arcángel san Miguel y le confía su vocación: «Juana, es necesario vivir de otro modo y cumplir actos sorprendentes. Pues tú eres aquella que ha elegido el Rey del Cielo para cumplir la reparación del reino de Francia y para dar ayuda y protección al Delfín Carlos expulsado de su dominio. Te vestirás de hombre y, tomando las armas, serás jefe de guerra. Todos los asuntos serán regidos por tu consejo».
A partir de aquí va a tener continuas revelaciones del Cielo, en especial de santa Catalina de Alejandría y santa Margarita de Antioquía, mártires romanas del siglo iii. Juana hace voto de virginidad y continúa con su vida normal durante algunos años, hasta que con dieciséis años, tras diversas vicisitudes, marcha a cumplir su vocación: liberar la ciudad de Orleans (en ese momento asediada por los ingleses) como primer paso para la libertad de toda Francia, y hacer coronar al Delfín Carlos como rey de Francia en Reims.
Para ello debe hablar con el Delfín, que en aquel momento estaba en la localidad de Chinon: lo logra no sin pocas dificultades. El heredero recela inicialmente, y para comprobar que las voces vienen del Cielo envía a la joven a Poitiers, donde un tribunal eclesiástico la juzga, y da el visto favorable.
Una vez conseguido el apoyo del Delfín, marcha a Tours y a Blois a por tropas, y finalmente a Orleans. Contra todo pronóstico, en unos días Juana consigue derrotar a las numerosas tropas inglesas que cercaban la ciudad y el 8 de mayo de 1429 entra victoriosa en el burgo. Esta hazaña le acompañará en la vida y en la muerte, de tal modo que recibirá el sobrenombre de «Doncella de Orleans», y la ciudad en cuestión celebra desde entonces cada 8 de mayo una procesión en su honor, en acción de gracias por la victoria.
A continuación reconquista Jargeau, Meung y Beaugency, obtiene la victoria de Patay, la rendición de Troyes, Châlons y, finalmente, Reims. Allí debe ser coronado el Delfín.
El domingo 17 de julio de 1429 se produjo la coronación en Reims de Carlos VII de Francia, en el mismo lugar que todos los monarcas francos desde Clodoveo, siguiendo los mismos ritos –por eso la importancia del lugar–. Aparte del valor religioso de la celebración –que remarca la soberanía de Cristo– destaca la importancia política: Carlos VII es el legítimo rey, y no el mal llamado Enrique VI de Inglaterra y Francia. La Doncella lo había conseguido.
Sin embargo, la alegría iba a durar poco para Juana. El carácter del rey era débil, y algunos de sus favoritos, enemigos de la joven. Meses después de la coronación, Juana marcha a Compiègne, tras el infructuoso asedio de París –por la pusilanimidad regia– y en la defensa de dicha ciudad es capturada –todo apunta que a traición–, cayendo en manos borgoñonas (Borgoña, en el este de Francia, estaba aliada con Inglaterra. Hay que ser conscientes de que en aquellos momentos el rey era un «primero entre iguales», y su poder era limitado, e incluso menor que señores feudales de su propio reino). Semanas más tarde, Juana es entregada a los ingleses, que impulsan un tribunal eclesiástico para su juicio y ejecución, ya que aquella sencilla muchacha había echado al traste los planes de muchos –ingleses y franceses– que no contaban con que la causa de Carlos triunfase.
Conducida a Rouen, fue víctima de un injusto juicio por clérigos favorables a Inglaterra, en un vil atentado contra el derecho, la verdad y la buena fe. Finalmente, fue condenada como hereje y quemada en la hoguera el 30 de mayo de 1431.
En 1456 se realizó un proceso de rehabilitación para corregir aquel falso proceso. Sin embargo, también fue manipulado por los hombres de la Sorbona, hijos espirituales de los jueces de 1431, y el resultado fue vago e insultante, ya que se salvó la reputación de todos los jueces, autores de aquella gran injusticia, y para colmo de males se «rehabilitó» la memoria de Juana pero al precio de introducir la falsedad de que habría abjurado en un momento dado –cosa que no ocurrió, como han demostrado los investigadores–.
Sin embargo, la Providencia mueve la historia, y el 18 de abril de 1909 fue declarada beata, siendo canonizada el 16 de mayo de 1920. Su fiesta se celebra el 30 de mayo, día en que fue quemada. Comparte día con san Fernando, rey de Castilla, primo de un rey francés, san Luis IX.
Vayamos por último a la segunda cuestión. ¿Qué podemos aprender de santa Juana de Arco?
Santa Juana de Arco es modelo para los jóvenes de hoy por las virtudes que vivió: la sencillez (las circunstancias de su vida, las respuestas que da ante quienes le juzgan, etc.), la piedad (frecuentaba los sacramentos, devota de María, oraba durante las batallas…), la obediencia (principalmente a Dios: Él le encarga una misión, y ella sacrifica incluso la propia vida antes que desobedecer), la fortaleza (durante las campañas con los soldados, durante los tormentos que precedieron su martirio…), la perseverancia (sabe que Carlos VII está llamado a recuperar toda Francia, y no dejará de insistir, también previamente ante los intentos fracasados de entrevistarse con él no se desanima), la valentía (ante los «grandes de este mundo», en la guerra, durante su cautiverio y en la hoguera), etc.
Se podrían decir muchas cosas más, pero acabemos con tres que brillan especialmente en ella: su fe (cree en las voces, confía en Dios y en su Providencia, se niega a abjurar de la vocación divina que ha recibido), su pureza (ella en concreto en su voto de virginidad, pero también en su forma de actuar, de hablar, de vestir…), y su diligencia (escucha la voz de Dios y se pone manos a la obra de inmediato, lo que Dios le dice, ella lo hace sin tardanza).
Que santa Juana nos haga jóvenes –y mayores– de gran cercanía a Dios, viviendo la infancia espiritual, que como ella aprendamos la pureza de María, Nuestra Madre, para «poder ver a Dios» en nuestro día a día, y que a imitación de «la Doncella de Orleans», preguntemos al Sagrado Corazón: ¿qué quieres de mí? Y con la confianza puesta en Él, nos pongamos manos a la obra en nuestra vocación al servicio del Reino de Cristo.