Nos hacíamos eco en números anteriores de la guerra que enfrentaba a Armenia y Azerbaijan en Nagorno-Karabaj, la región de población armenia que se segregó de facto de Azerbaiján tras el fi n de la URSS a principios de la década de los años noventa del siglo pasado.
El desarrollo de la guerra ha seguido dos fases que han concluido con la derrota armenia. En la primera
ofensiva, iniciada a finales de septiembre, y a pesar de una feroz resistencia, la superioridad azerí en
hombres y material permitió al ejército de Azerbaiján penetrar en territorio de Nagorno-Karabaj. Sin embargo, este avance se detuvo en territorios alejados de los principales núcleos de población armenia.
Pero impulsado por el incondicional apoyo turco, el presidente azerí, Ilham Aliev, se lanzó poco después
a una segunda ofensiva centrada en el corredor de Lachín con el objetivo de cortar la comunicación
con Armenia. Al mismo tiempo, esta segunda ofensiva trataba de alcanzar la ciudad histórica de Shusha,
donde ya en 1920 tuvo lugar un pogromo contra los cristianos armenios, y puerta hacia la capital de
Stepanakert, situada a solo diez kilómetros.
El desequilibrio en material bélico es importante: Azerbaiján posee moderno armamento turco e israelí (Israel compra una gran parte de su petróleo en Azerbaiján) y tiene un presupuesto militar siete veces superior al de Armenia, mientras que las tropas armenias del Alto Karabaj poseen armamento ruso más antiguo. Pero el desequilibrio en hombres es aún mayor: Azerbaiján cuenta con una población de diez millones, mientras que los armenios de Nagorno-Karabaj son solamente 150.000 (Armenia no ha enviado tropas regulares a la zona, solo voluntarios, para evitar una guerra abierta)..
En este contexto, Rusia ha permanecido a la espera, sin intervenir, observando cómo Azerbaiján rompía una tregua tras otra. La razón de esta actitud reside en el deseo de Moscú de no romper sus lazos con Bakú, a quien no considera como un enemigo sino como un socio en la región. Finalmente, tras la caída de Shushi, a los armenios de Nagorno-Karabaj no les ha quedado otra alternativa que firmar un acuerdo de cese de hostilidades que legitima las posiciones en los que cada uno de los ejércitos se encontraba en ese momento, lo cual supone la conquista por parte de Azerbaiján de importantes territorios hasta ahora bajo control armenio.
El presidente azerí declaró sentirse feliz por esta «capitulación» armenia con palabras que no dejaban
lugar a la duda: «dije que echaríamos a los armenios de nuestras tierras como a perros y lo hemos
hecho». Muy diferente ha sido la reacción del primer ministro armenio, Nikol Pachinian, que ha afirmado que la decisión de firmar el alto al fuego había sido «increíblemente dolorosa para mí y para nuestro pueblo».
De este modo, Azerbaiján, con el apoyo de Turquía, ha conquistado militarmente las regiones sur y oeste de Nagorno-Karabaj: Erdogan sigue pues ampliando su área de influencia con una política agresiva, consiguiendo, gracias al corredor de Najicheván, un acceso directo a Azerbaiján, y en consecuencia
al mar Caspio. En esta ocasión las víctimas de este expansionismo neotomano han sido los armenios
cristianos, dejados de la mano por absolutamente todos, desde sus aliados rusos, hasta las organizaciones internacionales, pasando por los Estados Unidos y la Unión Europea, tan sensibles en otras situaciones (pensemos, por ejemplo, en lo ocurrido en Kosovo, que provocó un ataque feroz contra
Serbia) pero que esta vez han permanecidos pasivos.
Las imágenes de tropas azeríes destruyendo milenarias iglesias cristianas, bombardeando sitios
arqueológicos y profanando cementerios armenios nos recuerdan tristemente que los sufrimientos de
aquel pueblo mártir no han cesado.
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