El pasado 1 de junio, Polonia eligió a Karol Nawrocki como su nuevo presidente tras una tensa campaña que volvió a poner de manifiesto la lucha del país por mantenerse firme en sus raíces católicas frente a los incansables esfuerzos liberales por aniquilar su herencia. La estrechísima victoria de Nawrocki, con un 50,7% de los votos, ha arrancado un suspiro de alivio entre la población católica del país, por lo que supone de rechazo a las políticas liberal-progresistas defendidas por su oponente, el alcalde de Varsovia Rafał Trzaskowski.
Nawrocki, historiador y exdirector del Instituto de la Memoria Nacional, se presentó como candidato del partido gobernante Ley y Justicia (PIS), con un programa continuista respecto a su predecesor del mismo partido, Andrzej Duda. Su campaña se centró en la defensa de la familia tradicional, la oposición a la liberalización del aborto y la preservación de la identidad nacional de Polonia. Su oponente, Trzaskowski, representaba una visión de Polonia más alineada con los valores liberales europeístas: hizo campaña a favor de una mayor integración en la Unión Europea, de ampliar el acceso al aborto y de reformas en derechos civiles. Respaldado por gran parte de los medios de comunicación y las principales áreas urbanas, su apoyo resultó insuficiente fuera de los centros metropolitanos.
Para la mayoría, las elecciones fueron más allá de una contienda entre izquierda y derecha, sino que pusieron de manifiesto una tensión más profunda entre las élites políticas y amplios sectores de la población. La campaña de Nawrocki fue percibida como un desafío directo a fuerzas institucionales consolidadas, incluidos medios influyentes y actores políticos europeos. Algunos analistas han interpretado su victoria como una respuesta frente a la presión ideológica desde Bruselas y Berlín. El ex primer ministro Morawiecki, también del PiS, describió el resultado como un triunfo frente a un «gigantesco sistema mediático», señalando el fuerte respaldo institucional del que gozaba la candidatura de Trzaskowski.
En cualquier caso, más allá de lecturas políticas e implicaciones sociales, la nueva victoria del PiS muestra otra vez cómo Polonia aún resiste, fiel a su historia y a sus raíces, mientras gran parte de Europa occidental se desmorona y la herencia cristiana se va diluyendo. Cuando seguimos viendo cómo Europa da la espalda a Dios, el legado de la Iglesia, bastión de resistencia al comunismo, y la influencia moral y espiritual de san Juan Pablo II, siguen profundamente presentes en la sociedad polaca. A más de tres décadas del fin del régimen comunista, la memoria del papel decisivo de la fe católica en la recuperación de la libertad nacional continúa marcando el imaginario colectivo y orientando las decisiones políticas de amplios sectores de la población.
Para los católicos, tanto dentro como fuera de Polonia, la elección de Nawrocki tiene un valor particular. Ha expresado su compromiso con políticas alineadas con la doctrina social de la Iglesia, incluyendo la defensa de la vida humana, el papel de la religión en la educación y el reconocimiento legal de la familia como célula básica de la sociedad. Se espera que su presidencia respalde iniciativas pro-vida y se oponga a reformas legislativas que pretendan redefinir normas culturales fundamentales.
De hecho, uno de los temas más relevantes de la campaña fue el aborto. Polonia mantiene actualmente una de las leyes más restrictivas de Europa en esta materia, y los intentos de liberalizarla han generado tensiones constantes. Nawrocki declaró con claridad que utilizaría el veto presidencial para bloquear cualquier intento legislativo de ampliar el acceso al aborto.
Estas elecciones se han producido en un contexto más amplio de tensiones entre Polonia y la Unión Europea. No es un secreto que desde Bruselas se está ejerciendo una presión creciente para armonizar políticas en temas como pseudoderechos homosexualistas, aborto o control de la prensa. En Polonia, muchos perciben estas iniciativas como intentos de debilitar la soberanía nacional e imponer una agenda cultural ajena y contraria a sus creencias. En este marco, la victoria de Nawrocki representa para muchos un gesto de resistencia frente a la lógica que busca imponer normas liberales y seculares desde el exterior del país. Y para las élites europeas, supone otro jarro de agua fría de realidad en el momento en que creían que, por fin, podrían hacer claudicar al país.










