Si algo caracteriza a la China actual es, más incluso que su comunismo, su rabioso nacionalismo. Todo en China debe supeditarse al culto a la propia China, empezando por la religión. Así hemos visto recientemente cómo el gobierno chino no se detenía ante nada para reprimir a los musulmanes uigures o a la hora de destruir importantes iglesias y lugares de peregrinación católicos en la campaña de sinizacion impulsada por el gobierno. El acuerdo, cuyo contenido permanece en secreto, entre el Vaticano y China no parece haber detenido la ola de arrestos de sacerdotes y obispos, e incluso se llega a hablar de que el gobierno chino quiere imponer una versión de la Biblia de su agrado.
Refugio de las tropas de Chang Kai-Sheck derrotadas en 1949, la isla de Taiwán ha sobrevivido hasta el día de hoy, en buena parte gracias a la protección estadounidense, como una «provincia rebelde» que no acepta la soberanía del gobierno de la China comunista continental. Al mismo tiempo, Taiwán se ha convertido en un reducto de libertad desde el que los misioneros pueden imprimir biblias y otros libros cristianos que luego son introducidos en China. El año pasado una nueva ley permite a los misioneros obtener la nacionalidad taiwanesa sin tener que renunciar a la propia.
El fracaso de Hong-Kong
Hace ya cuarenta años, el entonces hombre fuerte de Pekín, Deng Xiaoping, pedía a Taiwán la reunificación pacífica, en el marco de la política de «un país, dos sistemas» que se ha utilizado para integrar a la antigua colonia británica, Hong Kong, que forma parte de China desde 1997, respetando en teoría una serie de libertades en aquel territorio. Lo cierto es que el experimento de Hong-Kong no está funcionando y las libertades y autonomía de la antigua colonia se ven cada vez más limitadas, lo que no alienta precisamente la anhelada reunificación.
Presiones sobre Taiwán
Ahora el presidente chino Xi Jingping ha afirmado en un discurso amenazador que China está «dispuesta a todo» y «no renuncia al uso de la fuerza militar» como opción para combatir a «las fuerzas independentistas de Taiwán» y «conseguir la reunificación». La respuesta de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-Wen no se ha hecho esperar, rechazando toda posible unificación.
En este contexto, el presidente Trump ha firmado un acuerdo de suministro de armas a Taiwán que, no obstante, no es comparable con la enorme inversión militar de China, especialmente en su marina y aviación, que provoca que la actual superioridad militar norteamericana en el océano Pacífico se vaya reduciendo año tras año. La amenaza, que no es sólo contra una provincia rebelde, sino también contra el último bastión de libertad para los cristianos chinos, es hoy más creíble que hace unos años.