Si hay un enclave hacia el que todos los ojos se dirigen y contra el que todas las tentativas de paz se estrellan, éste es Jerusalén. La ciudad santa, destinada a ser capital de la paz, es hoy el escollo insuperable para conseguir la paz entre judíos y árabes. La tensión en torno a la explanada de las Mezquitas, o del Templo, pues se trata del mismo enclave, se desbordó con el ataque de un joven palestino sobre Yehuda Glick, uno de los líderes del judaísmo haredim conocido por su defensa del derecho de los judíos a rezar en la explanada y que reconoce que aspira a reconstruir el Templo. Aunque las heridas sufridas no fueron mortales, el gobierno israelí decidió cerrar las puertas de la explanada por motivos de seguridad, algo que no sucedía desde la guerra de los Seis días, en 1967 y que el presidente palestino, Abu Mazen, calificó como «una declaración de guerra al pueblo palestino».
El siguiente acto no se hizo esperar mucho: pocas semanas después dos jóvenes árabes asesinaban a golpes de hachas y cuchillos a varios asistentes a la sinagoga Kehilat Yaakov, entre ellos cuatro rabinos y un policía, perteneciente a la policía drusa, fallecido de resultas del enfrentamiento con los terroristas. El modus operandi del Estado Islámico llegaba así a Jerusalén, y lo hacía además de la mano de dos protagonistas nacidos y residentes en la ciudad.
Y es que el lugar está increíblemente cargado de historia y simbolismo. Estamos hablando del Monte Moria, el del sacrificio de Abraham, cuya cima fue aplanada en el año 968 antes de Cristo por el rey Salomón para edificar allí su Templo y su palacio, abandonados en 586 a.C. cuando fueron saqueados por los soldados de Nabucodonosor, vuelto a levantar, el Templo, en torno al 515 a.C., embellecido por Herodes en 37 a.C. y finalmente destruido en tiempos de Tito, en el año 70 d.C. Pero también estamos ante el lugar desde donde, según el Corán, Mahoma habría ascendido al cielo en 621 d.C. y donde ahora se alza la Cúpula de la Roca y, unos metros más allá, la mezquita de Al-Aqsa, que es muy probable que se alce en el lugar donde se erigía el Templo de Jerusalén. Desde 1967, Israel respeta el acceso exclusivo de musulmanes a la explanada, vigilado por la dinastía hachemita reinante en Jordania, a la que se le reconoce un patronazgo sobre los lugares santos musulmanes. Hasta ahora nadie estaba dispuesto a ceder sus pretensiones de exclusividad sobre esos lugares, pero ahora parece que se ha pasado a la ofensiva, especialmente por parte árabe. Aunque los atentados han sido obra de radicales, la denuncia de una supuesta «judaización» de Jerusalén y la justificación de estos actos criminales son asumidos por Hamas y cuentan con un amplio apoyo entre la población palestina. La paz parece cada vez más lejana en la que precisamente lleva en su nombre el calificativo de «ciudad de la paz».
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