Los enemigos de Cristo tratan por todos los medios de empañar la santidad de la Iglesia para que no pueda brillar en nuestro mundo de hoy. Sin embargo, el Espíritu Santo no permite que su resplandor permanezca oculto a los que se acercan a ella con la mirada humilde de hijos agradecidos.
Esta santidad, que muchas veces la vemos ya en los que tenemos más cerca, brilla con especial esplendor cuando nuestra Madre la Iglesia eleva a los altares a nuevos santos y beatos. Y si el pasado número de Cristiandad nos hacíamos eco de la beatifi cación en Córdoba de 127 mártires de la persecución religiosa de 1934-1939, este mes de noviembre el número de beatos mártires de este periodo ha vuelto a aumentar, para mayor gloria de Dios y esperanza nuestra.
El pasado 30 de octubre –según recoge en su crónica Hispania Martyr–, en el espléndido templo gótico
de la Basílica Catedral de Santa María de Tortosa repleto de fi eles, el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos cardenal Marcello Semeraro, daba lectura de la Carta Apostólica del Papa por la que se inscribe en el libro de los beatos a los Siervos de Dios Francisco Sojo, Emiliano Garde, Manuel Galcerá y Aquilino Pastor, mártires presbíteros de la Hermandad de Operarios Diocesanos del Corazón de Cristo.
El beato Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Operarios Diocesanos del Corazón de
Jesús, había querido imprimirle el peculiar sello de ser sacerdotes reparadores y, para que culminara
este ideal, el Rey de los mártires le concedió fuera inmolada una tercera parte de su pequeña comunidad, reparando así con su sangre los pecados del pueblo. Con estos nuevos beatos, la totalidad de los treinta mártires de la Hermandad se encuentran ya elevados a los altares como intercesores ante las persecuciones que se avizoran. Y el sábado siguiente, 6 de noviembre, Festividad de los mártires
españoles, tenía lugar en la Basílica de Santa María de la Seo de Manresa otra beatificación. En este caso le llegó el turno a tres capuchinos: Benito de Santa Coloma, Domingo de Sant Pere de Riudebitlles y José Oriol de Barcelona. También en esta ocasión presidió la celebración de la Santa Misa monseñor
Marcello Semeraro, que en su homilía destacó que «la historia de estos mártires se parece a la de todos
los demás mártires; una historia que, sin embargo, aunque se haya repetido durante siglos hasta hoy en
la historia de la Iglesia, es siempre una historia singular, porque cada uno es, ante Dios, único e irrepetible y, en Jesucristo, siempre es llamado por su propio e inconfundible nombre. En el rostro de cada mártir encontramos una mirada original del rostro de Cristo: es siempre Él quien concede a cada uno la fi rmeza de la perseverancia y da la victoria en la batalla. Los tres nuevos beatos,
por diferentes caminos, llegaron a Manresa donde sus vidas se entrelazaron con el camino del martirio». Al finalizar la celebración y de forma improvisada, monseñor Romà Casanova, obispo de Vic, trasmitió al cardenal Semeraro una nueva invitación al papa Francisco para que visite pronto España: «Dígale al Santo Padre que le esperamos aquí en Manresa para celebrar los quinientos años de la conversión de san Ignacio de Loyola, y dígaselo muy fuerte para que se estimule a venir».
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