LA razón del número de este mes tiene un carácter singular. De ordinario se dedica a introducir el tema, que acostumbra a ser monográfico, al que se ha dedicado la revista en dicho mes, sin embargo, hoy no va a ser así. Como podrá comprobar el lector, son dos los temas principales a que dedicamos nuestras páginas. En primer lugar recordamos el 125 aniversario de la encíclica de León XIII Annum sacrum, que trataba de la consagración del mundo al Corazón de Jesús, que se iba a realizar en el año jubilar. La importancia de este encíclica queda manifiesta en la palabras del mismo Papa, cuando lo consideró «el acto más grandioso
de su pontificado». Además hay una razón especial para recordar este aniversario, dado que estamos en
vísperas de otro año jubilar y desde distintas asociaciones se ha pedido al Papa que renueve la consagración
del mundo al Corazón de Jesús. Petición que es fruto también de las palabras del Papa en su última encíclica
Dilexit nos. El otro tema que podrán leer los lectores en este número son los artículos, que quedaron pendientes de publicar, sobre la labor civilizadora y evangelizadora de España en América.
Finalmente queremos dedicar una líneas a la última encíclica Dilexit nos sobre el Sagrado Corazón de Jesús. Queremos manifestar nuestro gran gozo y agradecimiento a Dios y a la Iglesia, en la persona del Vicario de Cristo. Con esta encíclica hemos recibido una confirmación de nuestra vocación apostólica expresada en nuestro lema: «Al Reino de Cristo por los Corazones de Jesús y María». Cuando el pasado mes de mayo a la salida de la audiencia pontificia el presidente de la Conferencia episcopal española monseñor Argüello dijo que el Papa les había comunicado que próximamente se iba a publicar una exhortación apostólica sobre el Corazón de Jesús, con ocasión del 325 aniversario de las revelaciones de Paray -le- Monial, nuestra expectación fue creciendo al paso de los días hasta que el pasado 22 de octubre la Santa Sede anunció la publicación de una encíclica para el próximo jueves 24, entonces ya pudimos constatar el cambio de importancia que se le iba a dar al documento pontificio, ya no sería una exhortación sino una encíclica, la cuarta encíclica de su pontificado
y también la cuarta encíclica que el magisterio pontificio dedica al Sagrado Corazón de Jesús. Desde el año 1956, con la encíclica Haurietis Aquas no se había publicado una encíclica sobre esta temática. En todos estos años cuántas veces hemos tenido que oír que la devoción al Corazón de Jesús era cosa de otros
tiempos, que no tenía suficiente base teológica, que era algo meramente sentimental o por el contrario que era una devoción politizada. Aunque se le reconocía una importante difusión popular, quedaba en el mejor de los caso arrinconada en el cajón de un sinfín de devociones populares. Todas estas falsas objeciones han sido contestadas con palabras muy explícitas en la actual encíclica. El Papa reafirma la centralidad del Corazón de Jesús en la vida cristiana, es «el núcleo viviente del primer anuncio». «Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas» (32). «Nadie debería pensar que esta devoción nos puede distraer de Jesucristo y de su amor» (51). «Expresa de modo excelente, como una sublime síntesis, nuestro
culto a Jesucristo» (79). «Nuestra devoción al Corazón de Jesús es algo esencial a la propia vida cristiana»
(83). «A veces tenemos la tentación de considerar este misterio de amor como un admirable hecho del pasado, como una bella espiritualidad de otros tiempos» (149). «Que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo» (160).
Toda la encíclica es una llamada a contemplar el Corazón traspasado de Cristo, símbolo de su inmensa caridad, que nos orienta y nos invita a una preciosa amistad con gran confianza y actitud de adoración.
Este el mensaje de Paray-le- Monial que ha conformado la vida espiritual de tantos santos –señala el Papa–, y hace una mención especial a santa Teresita del Niño Jesús, recordando sus palabras cuando proclamaba que solo la confianza filial, propia de los pequeños, nos puede llevar descubrir y vivir el amor de Dios. Del fruto de esta contemplación nace un doble deseo, primero de consolar a Jesús, porque su amor no ha sido correspondido, y en segundo lugar, una ansia reparadora por este amor no correspondido, que nos llama a una actitud apostólica y misionera, a un «ardiente de deseo de salvar almas».Sirvan esta líneas para manifestar nuestro agradecimiento al Papa por esta encíclica, a la que en próximos números dedicaremos una especial atención comentando la gran riqueza espiritual de su contenido.