Mes de Mayo, mes de María», así lo ha vivido el pueblo cristiano y nos lo recordaba Pablo VI en su encíclica Mense Maio: «un mes consagrado por la piedad de los fieles a María Santísima, en el que en los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Nos es por tanto muy grata y consoladora esta práctica tan honrosa para la Virgen y tan rica de frutos espirituales para el pueblo cristiano». Cristiandad también ha tenido la buena y santa costumbre de dedicar su número de Mayo a algún aspecto de la teología y espiritualidad mariana y con este mismo espíritu de fidelidad a la fervorosa costumbre cristiana del mes de mayo hemos dedicado a este número a la relación íntima que une la Virgen María con la Eucaristía.
Por otro lado no queremos dejar de lado el carácter que tiene este año de preparación del año jubilar que como afirma el Papa Francisco en la Bula de convocación: «La esperanza constituye el mensaje central del próximo Jubileo» por ello ha sido bautizado este jubileo con las palabras de san Pablo: «Spes non confundit». En un mundo en el que tantas falsas esperanzas humanas de bienestar y paz universal han sido repetidamente refutadas por la realidad de los hechos y en el que abundan los augurios de trágicos presagios para una humanidad desnortada y humillada, la Iglesia quiere hace oír su voz anunciando a todo los pueblos y naciones una esperanza que no defrauda porque tiene puesta su confianza en el poder y misericordia de Nuestro Señor Jesús, como nos lo recuerda el Papa Francisco: «La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz». Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio», y a través de ellos también redescubrir la esperanza a que hemos sido llamados. Sin duda, no es fácil discernir cuáles son los signos de los tiempos con que Dios quiere que alimentemos nuestra esperanza, no sucumbamos al desánimo y nos quedemos en una lamentación estéril sobre sobre los males de los tiempos que nos ha tocado vivir. Este discernimiento no será fruto de estudios sociológicos que nos muestren cuales son las corrientes de pensamiento y formas de vida dominantes. Se trata de reconocer, a la luz del evangelio, del magisterio de la Iglesia y de la piedad del pueblo cristiano, aquellas palabras y hechos que nos muestran la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
En los dos últimos siglos, el magisterio de la Iglesia, solemne, proclamando los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción, y también con el magisterio ordinario con tantas encíclicas de temas marianos, y la repetida insistencia en la importancia de la oración del Rosario, confirmado con las numerosas apariciones de la Virgen aprobadas por la Iglesia, especialmente Lourdes y Fátima, ha dado lugar a que se pueda afirmar que vivimos en una época eminentemente mariana. Se está cumpliendo lo que ya había anunciado san Luis María Grignion de Monfort: «María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia… Dios quiere que su Madre Santísima, sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca» (Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen)
Otro signo de los tiempos es la devoción a la Eucaristía, de un modo especial es a muy admirable como se ha no solo recuperado la adoración eucarística, después de unos años posconciliares, en los que parecía que se había enfriado, sino que se ha difundido en el pueblo cristianos multiplicándose las Iglesias y templos en que hay Adoración al Santísimo Sacramento día y noche.
Todo ello nos trae a la memoria el sueño de Don Bosco: «Las dos columnas que sostiene al mundo son María Santísima y el Santísimo Sacramento, esta son las dos luces que alumbran los hombres que no quiere andar por caminos de tinieblas y de muerte».
Hemos querido dedicar este número del mes de mayo a la Virgen y la Eucaristía, motivos de una gran esperanza, recordando las palabras de Benedicto XVI: «el pleno cumplimiento de nuestra esperanza, se pueda reconocer ya ahora, con gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su Asunción al cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el sacramento de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora» (Sacramentum Caritatis)
Razón del número
Una era mariana y josefina Con el pontificado del beato Pío IX se inicia en la Iglesia una era mariana y josefina. Dos hechos relacionados cronológicamente de un modo muy revelador e intencionado marcan este inicio: la definición del...