El papa Francisco dejaba una vez más la Ciudad del Vaticano el pasado 26 de septiembre para emprender un viaje apostólico que le llevaría en esta ocasión a tierras de Luxemburgo y Bélgica. En el Gran Ducado de Luxemburgo, además de las las visitas y discursos más protocolarios, el Papa se reunió con los fieles luxemburgueses en la catedral de «Notre-Dame», a quienes animó a encarnar el espíritu evangélico de acogida y a pasar de las simples propuestas de atención pastoral a propuestas de anuncio misionero para dar a conocer al mundo entero la alegría del encuentro con Cristo.
Los tres días siguientes el Santo Padre los pasaría en Bélgica. En el primer encuentro que tuvo con las autoridades y la sociedad civil el Papa recordó que «la Iglesia católica quiere ser una presencia que, dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones, una esperanza antigua y siempre nueva, una presencia que ayuda a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, sin entusiasmos volátiles ni pesimismos sombríos, sino con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien, y no está destinado a la disolución ni a la nada».
Durante su viaje el Papa visitó la Universidad Católica de Lovaina (neerlandesa) y de Lovaina-La Nueva (francófona), universidades que el próximo año celebraran el sexto centenario de su fundación y se reunió con profesores y alumnos de las mismas. En ambos casos la intervención del Santo Padre siguió a unos discursos deplorables en una universidad que se llama católica. En la primera (que mientras el Papa hablaba sacó una aún más deplorable nota de prensa) el papa Francisco invitó al mundo universitario a ensanchar las fronteras del conocimiento y, constatando que la sociedad actual está sumergida en una cultura marcada por la renuncia a la búsqueda de la verdad, denunció los dos límites que impiden superar esta situación: el cansancio del espíritu y el racionalismo sin alma que reduce al hombre a la mera materia. En la segunda, les habló de tres actitudes que deben presidir la labor universitaria: la gratitud hacia Dios por el don de la creación, la mision de custodiar su belleza y cultivarla para el bien de todos –«Este es el “programa ecológico” de la Iglesia», remarcó el Papa– y la fidelidad a Dios y fidelidad al hombre.
El sábado por la mañana el Santo Padre se reunió con los obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas y operadores pastorales belgas en la basílica del Sagrado Corazón de Koekelberg y les propuso algunas líneas de reflexión en torno a tres palabras: evangelización, alegría y misericordia. Tras este encuentro el Papa se acercó a la iglesia de Nuestra Señora de Laeken, en cuya cripta se encuentran las tumbas de numerosos miembros de la Casa Real de Bélgica. Acompañado por el rey Felipe y la reina Matilde, el papa Francisco se detuvo ante la tumba del rey Balduino en oración silenciosa, tras la cual elogió la valentía de Balduino cuando optó por «dejar su cargo de Rey para no firmar una ley asesina» e instó a los belgas a mirarlo «en este momento en que las leyes criminales se abren paso», palabras que han provocado una airada reacción en un parlamento belga que no sólo legisla orgullosamente contra los mandamientos de la ley de Dios sino que ya no consiente que nadie le recuerde lo que está bien y lo que está mal.
Al día siguiente el Papa celebró una multitudinaria misa en el estadio «Rey Balduino» en la que, a la luz del Evangelio y en relación al pecado de escándalo, predicó sobre la necesidad de cooperar a la acción libre del Espíritu Santo con humildad, gratitud y alegría, poniendo el fundamento de nuestras decisiones el Evangelio de la misericordia, que es el mismo Jesús, y hizo una enérgica condena de todo tipo de abuso. Durante la ceremonia fue beatificada la madre Ana de Jesús (1545-1621), carmelita descalza que difundió los ideales de santa Teresa de Jesús en España, Francia y y los Países Bajos Españoles. «En un tiempo marcado por escándalos dolorosos, dentro y fuera de la comunidad cristiana, –afirmó el Papa– ella y sus compañeras, con su vida sencilla y pobre, hecha de oración, de trabajo y de caridad, supieron traer de nuevo a la fe a tantas personas, hasta el punto de que alguno definió su fundación en esta ciudad [de Bruselas] como un “imán espiritual”».