Comentaba el cardenal Marcello Semeraro en la misa de clausura del año jubilar dedicado a santa Teresita los grandes sufrimientos que padece la Iglesia en estos momentos. Y una muestra de ello es el incremento de la persecución a los cristianos en todo el mundo.
Al comenzar el nuevo año es costumbre volver la vista atrás y recordar a tantos hermanos nuestros en la fe que han ofrecido sus vidas en holocausto por la salvación del mundo.
En este sentido, nuestro corazón debe volverse en primer lugar a África, continente en el que los cristianos han sido perseguidos de manera especialmente sangrienta por parte de grupos islamistas como Al Qaeda, Estado Islámico, Boko Haram o los pastores musulmanes «fulani». Y entre los países africanos destaca Nigeria, donde estas Navidades asesinaron a 170 cristianos, incluidos niños, el pasado 7 de septiembre fue quemado vivo el seminarista Stephen Na’aman y ya ascienden a más de 52.000 las personas asesinadas por ser cristianas en los últimos 14 años, sin contar los numerosos secuestros de sacerdotes y seminaristas.
Junto a Nigeria, Níger –donde el Estado Islámico ha prohibido el culto cristiano–, Uganda –en que el grupo yihadista de las Fuerzas Democráticas Aliadas promueve el ataque a iglesias y cristianos, sobre todo en la parte oriental del país, y una mujer cristiana fue brutalmente asesinada también el pasado mes de diciembre–, la República Democrática del Congo –donde el pasado mes de marzo fueron asesinados por el Estado Islámico 60 cristianos en la provincia de Kivu Norte y un sacerdote misionero salesiano moría a puñalada s el pasado 12 de diciembre en la zona de Kinshasa–, Burkina Faso –donde dos jóvenes cristianos fueron tiroteados dentro de la iglesia de su pueblo Debé por terroristas islámicos en noviembre–, Mozambique –donde el pasado septiembre el Estado Islámico tiroteó a los cristianos de Naquitengue, a quien había separado de los musulmanes por sus nombres, matando a 12 personas y dejando múltiples heridos–, Sudán, Sudán del Sur y Camerún son los países donde la persecución, con asesinatos de sacerdotes o religiosos, se ha hecho sentir con mayor intensidad.
El segundo continente con mayor peligro para la vida de los cristianos es Asia. Allí, por ejemplo, en la India los cristianos han tenido que sufrir la persecución de grupos hinduistas, apoyados muchas veces por el partido gobernante Bharatiya Janata Party. El pasado mes de mayo los Meitei quemaron más de 200 iglesias y asesinaron a más de 60 cristianos en el estado de Manipur y en septiembre dos mujeres cristianas fueron deshonradas en público. Y en el país vecino, Pakistán, grupos musulmanes se dedican al secuestro, violación y conversiones forzadas de adolescentes cristianas, turbas islámicas arrasan lugares de culto y hogares cristianos o se utiliza la ley de blasfemia para acusar falsamente a cristianos que luego son condenados a muerte. También en Irak y Siria los cristianos han sufrido en carne pro[1]pia la crueldad del yihadismo y los islamistas turcos, por lo que muchos han tenido que huir del país. Irán, Afganistán, Vietnam, Laos, Nepal, Myanmar, Corea del Norte y China son también países en los que los cristianos han tenido que esconderse, huir o sufrir persecución.
Finalmente, tampoco hay que olvidar el nuevo genocidio contra los católicos armenios, donde los musulmanes de Azerbaiyán, armados por Ankara, han apresado, torturado, asesinado, robado y expulsado a 120.000 armenios de Nagorno Karabaj en lo que se trata de una verdadera limpieza étnica. Y mientras la guerra de Israel con los terroristas islamistas palestinos de Hamas en Gaza se ha cobrado la vida de cristianos inocentes, acentuando el exilio forzoso de los cristianos de Tierra Santa.
En América las dictaduras comunistas son las que protagonizan los mayores incidentes contra los cristianos. Durante el pasado año 2023, el régimen sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua ha perpetrado más de 200 ataques contra la Iglesia, destacando de manera especial el encarcelamiento de los obispos Rolando Álvarez e Isidoro Mora (recientemente expatriados a la Ciudad del Vaticano), la disolución y confiscación de bienes de los jesuitas, el bloqueo económico a varias diócesis, prohibiciones de procesiones, expulsiones de sacer[1]dotes, etc. En Cuba y Venezuela el gobierno acosa, reprime, amenaza u obstaculiza la libre profesión de la fe de múltiples maneras, mientas que la Iglesia católica en México es víctima del crimen organizado, donde el asesinato del sacerdote agustino Javier García Villafaña el pasado 22 de mayo (el día siguiente al intento de asesinato de monseñor Faustino Armendáriz, arzobispo de Durango) se suma a los otros ocho ocurridos durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, que comenzó en diciembre de 2018. Y también en Costa Rica, un diputado del Frente Amplio presentó el pasado 11 de septiembre un proyecto de ley que permitiría levantar el secreto de confesión cuando haya delitos sexuales contra menores de edad.
En Europa la persecución se realiza de una manera más sutil y menos sangrienta, aunque ya presenciamos en España el pasado 25 de enero el ataque contra dos iglesias en Algeciras, donde murió el sacristán de la parroquia de la Palma de Algecira, Diego Valencia, y cuatro personas más resultaron heridas, entre ellas y de gravedad don Antonio Rodríguez Lucena, vicario parroquial de María Auxiliadora.
En este trágico panorama no faltan, sin embargo, signos de esperanza, de esa firmísima esperanza cristiana de que también nos hablaba el papa Francisco en la exhortación apostólica C’est la confiance. Por ejemplo, las grandes manifestaciones de piedad popular que acabamos de ver en Filipinas –donde más de seis millones de fieles participaron el pasado 9 de enero en la procesión del Nazareno Negro en Manila ‒o en Venezuela‒ donde la Divina Pastora reunió a más de dos millones y medio de fi eles en la ciudad de Barquisimeto el pasado 14 de enero–, la multitudinaria procesión eucarística que reunió en Nueva York a más de 4000 personas el 27 de mayo, vigilia de Pentecostés, la inauguración de una nueva capilla de adoración perpetua en Valencia –que se añade a las 72 ya existentes en España– o la instalación el pasado 24 de diciembre del primer nuncio apostólico permanente en Hanói (Vietnam), un país donde la libertad religiosa reconocida por la Constitución está muy lejos de ser real pero donde las numerosas conversiones, las nuevas iglesias, las misas llenas y la vitalidad de las vocaciones atestiguan su expansión a pesar de las dificultades.