EL pasado 13 de enero se celebraron las elecciones tanto presidenciales como legislativas en Taiwán. Lai Ching-te, líder del Partido Democrático Progresista (PDP), alcanzó la victoria presidencial con un 40% de los votos. Sin embargo, su partido perdió la mayoría en el Yuan Legislativo (el parlamento taiwanés) perdiendo 11 escaños frente al Kuomintang (KTM).
A pesar de la aparente insignificancia y limitado interés que estos comicios puedan despertar en medio de la vorágine de conflictos mundiales que vivimos actualmente, el devenir de esta pequeña isla de apenas 35.000 kilómetros cuadrados está situado en la lista de máximas prioridades de las dos grandes potencias del mundo actual: Estados Unidos y China.
En efecto, la historia de Taiwán ha estado marcada desde sus inicios por profundas tensiones y amenazas. La identidad del actual Taiwán nace tras el exilio forzado y ocupación de la isla por los adversarios de Mao Zedong en la Guerra Civil, encabezados por Chiang Kai-shek, y desde entonces sus ocupantes se han considerado «la verdadera China». De hecho, la denominación ofi cial de Taiwán es «República de China» (frente a la «República Popular China», con capital en Pekín). La versión de la China continental es obviamente opuesta: Taiwán no es más que una «provincia rebelde» con ínfulas de independencia que, a pesar del distanciamiento diplomático y político, debe un día reunificarse para consolidar la máxima del Partido Comunista: «Una sola China».
Más allá de los detalles históricos y la tensa situación interna que vive la región, el panorama político taiwanés se divide en dos grandes bloques: los partidarios de la independencia de Taiwán y la desconexión de Pekín (representados por el PDP, ganador de las tres últimas elecciones presidenciales), y los favorables a la unificación de ambos territorios y la reconciliación con la República Popular China (representados por el Kuomintang).
Tras este conflicto interno, los intereses geopolíticos de las grandes potencias mundiales son inmensos. La isla de Taiwán tiene una ubicación estratégica única en el Mar de China Meridional y es un punto de conexión clave con el Océano Pacífico y sus rutas, tanto marítimas como aéreas. Asimismo, su peso económico es notable, experimentando un desarrollo exponencial derivado de la innovación puntera en el sector de los microchips y semiconductores. Por último, su rol exportador la convierte en esencial para el suministro global de productos tecnológicos. De hecho, interrupciones en la producción taiwanesa tendrían impactos catastróficos en varias industrias a nivel mundial, como por ejemplo en la producción de ordenadores y teléfonos móviles. Tampoco hay que olvidar que Taiwán representa un oasis de libertad para la Iglesia, que puede actuar sin trabas e incluso lanzar iniciativas desde la isla que llegan hasta la China continental.
Como consecuencia de estos factores, el control de la región se ha convertido en una cuestión clave para Estados Unidos, que se ve en la obligación de evitar a toda costa volverse dependiente de China en materia tecnológica. Por ello, a pesar de que oficialmente no reconozca la soberanía de Taiwán como Estado, sus intereses pasan porque la isla mantenga su autonomía respecto de China. Para evitar una invasión militar de China sobre Taiwán, Washington ha provisto de armamento y ha firmado acuerdos de defensa con Taiwán, instalando numerosas bases militares en la zona y ejerciendo presión diplomática constante para favorecer la participación de Taiwán en organizaciones internacionales.
Por su lado, la anexión de Taiwán también obsesiona al Partido Comunista Chino, que nunca ha negado su objetivo de reunificar sus territorios bajo «una sola China» y lleva años preparándose militarmente para una invasión del territorio. Xi Jinping, quien tras obviar la limitación de dos mandatos como presidente, necesita reforzar su legitimidad y ha convertido la anexión de Taiwán en el eje de un discurso nacionalista que aboga por recuperar para China toda su grandeza. Esto sucede en un contexto en el que la economía China no está pasando por su mejor momento. El crecimiento económico es el más bajo de los últimos 30 años, el desempleo juvenil se ha disparado y nadie niega la inminente amenaza de crisis económica y financiera que sufre el país. La anexión de Taiwán supondría una dosis moral para una población que duda razonablemente de que los años de prosperidad económica puedan durar para siempre.
Por todo ello, Pekín ha ejercido una presión brutal sobre la campaña electoral en Taiwán con el objetivo de evitar la victoria del PDP. Sin embargo, los resultados han sido decepcionantes. De momento, Pekín deberá conformarse con que el Kuomintang, favorable a la unificación con China, controle el parlamento e intente frenar las ambiciones de autogobierno de la isla impulsadas por el presidente. La tendencia de fondo no cambiará, al menos a corto plazo: China seguirá obsesionada con recuperar el control de Taiwán, que considera propio, mientras que Estados Unidos evitará a toda costa cualquier intento de anexión y pérdida de influencia en la zona.
A pesar de que una invasión militar inminente parece muy poco probable, y todavía más con el reciente ejemplo de la complejísima operación militar en Ucrania por parte de Rusia, el conflicto alrededor de esta pequeña isla seguirá latente y cualquier movimiento para cambiar el statu quo podría encender la mecha que desencadene una situación catastrófica.