Desde su interesante blog, Fernando del Pino Calvo-Sotelo aborda, con rigor, uno de los temas tabú de nuestro tiempo: «“Por muy bonita que sea la estrategia, de vez en cuando habrá que mirar los resultados”. La famosa máxima de Churchill aplica perfectamente a la lucha contra la violencia de género en España. Según datos oficiales del gobierno, en las últimas dos décadas en España se han producido una media anual de 58 homicidios de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, la inmensa mayoría de los cuales (una media del 82%) han sido calificados como asesinato por concurrir alevosía o ensañamiento. Que la cifra absoluta sea hoy superior a la que había hace 22 años tras tantas leyes, observatorios y campañas rodeadas de un martilleo político y mediático incesante sólo puede calificarse de fracaso rotundo. El homicidio es obviamente la violencia llevada al extremo, pero si tomamos un indicador más amplio del concepto de abuso como es el número de órdenes de protección tomadas tras resolución judicial (medidas cautelares para proteger a la víctima en riesgo), la conclusión es la misma. En los últimos 15 años no se ha producido ninguna disminución clara, sino un comportamiento cíclico. ¿Por qué este fracaso? ¿Es posible que estemos ante un problema irresoluble? La lógica dicta que siempre existirá un número mínimo de crímenes que ninguna ley o sistema social de valores podrá reducir. Partiendo del concepto antropológico adecuado, basado en la naturaleza caída del hombre, en donde la libertad hace que sea imposible erradicar por completo el mal incluso mediante el mejor sistema de incentivos. Dicho eso, ¿son las cifras de violencia de género, prácticamente constantes desde hace dos décadas, lo mejor a lo que podemos aspirar como sociedad? Me resisto a creerlo y, por tanto, aventuro que el problema puede ser otro. La violencia de género es un problema mundial, pero en otros países se denomina quizá de forma más adecuada violencia doméstica (como lo hace la policía en Suecia) o violencia de pareja (en EEUU). El matiz tiene cierta relevancia, pues el concepto de violencia “de género” parte de hipótesis sesgadas… La denominación “de género” es una verdadera atribución de intenciones tendente a la estigmatización del hombre. Así, el preámbulo de la ley de Zapatero del 2004 definía la violencia de género como «el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad (…), que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo». Es decir, que la ley partía de una hipótesis no verificada (y, como veremos, falsa) de que la violencia de género era una violencia contra la mujer «por el mero hecho de serlo» basada en la «desigualdad», es decir, una mezcla de misoginia y machismo. Quizá sea éste el motivo del fracaso de la lucha contra esta lacra en nuestro país, pues ¿cómo vamos a combatir el mal si no partimos de la verdad
Las complejas causas reales Instituciones independientes rigurosas exponen una amplia serie de factores de riesgo, individuales, relacionales, comunitarios y sociales, que contribuyen a este tipo de violencia. Por ejemplo, el CDC norteamericano enumera 20 factores de riesgo individuales que ayudan a explicar el perfil del agresor. Por este orden, menciona una baja autoestima, bajo nivel educativo, comportamiento agresivo o delincuente en la juventud, uso de alcohol y drogas, depresión y tentativas de suicidio, ira y hostilidad, rasgos de personalidad antisociales, trastorno límite de la personalidad, soledad, problemas económicos como el desempleo, etc. Una actitud machista sólo se menciona en el lugar número 16, lo que muestra la baja importancia que le otorga como factor explicativo de la violencia de pareja […].
España, país respetuoso con la mujer
Los datos comparados en Europa dejan en entredicho también el uso del epíteto “machista” para referirse de forma genérica a la violencia de pareja en nuestro país. En primer lugar, España es uno de los países de Europa donde existe menos violencia de este tipo, dato que contrasta con la percepción social que tenemos nosotros mismos y que es producto del bombardeo ideológico llevado a cabo por la clase política y periodística desde hace dos décadas. De hecho, a pesar de ser uno de los países de Europa (y, por tanto, del mundo) más respetuoso con la mujer, España es el país que más campañas realiza para denunciar la violencia “machista”. Los datos, una vez más, contradicen las creencias. […] De hecho, según datos de la UE (2014), países del sur como España o Italia, considerados a priori como machistas, tienen mucha me[1]nos violencia contra la mujer que países del norte como Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Suecia o Dinamarca, considerados como progresistas e igualitarios. De hecho, los países nórdicos, lideres en igualdad, presentan los peores datos de violencia doméstica contra la mujer, contradicción que algunos denominan, para salir del paso, «la paradoja nórdica»… Aunque como venimos repitiendo a lo largo del artículo la violencia doméstica es un fenómeno complejo que elude explicaciones simplistas, de los datos de la UE puede inferirse de forma más aproximada que científica que, de forma contraintuitiva, los países del sur y los países católicos son más seguros Según datos de la UE (2014), países del sur como España o Italia, considerados a priori como machistas, tienen mucha menos violencia contra la mujer que países del norte como Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Suecia o Dinamarca, considerados como progresistas e igualitarios. Enero 2024 | 35 para la mujer que los de los países protestantes del norte
La ideologización clave del fracaso
En definitiva, el análisis objetivo de los datos cuestiona la idoneidad de calificar la violencia doméstica o de pareja como violencia “de género” y descalifica su denominación como violencia “machista”, epíteto que no soporta el escrutinio de los datos. Sin embargo, desde que la izquierda lo transformara en 2004 en bandera política y la derecha lo acogiera con su seguidismo crónico, la violencia “machista” sigue siendo una consigna repetida ad nauseam por la clase política y periodística de nuestro país. No es de sorprender, por tanto, que, si se parte de un diagnóstico erróneo del problema, éste no se resuelva, como lamentablemente estamos viendo en España. […] Si el gobierno quisiera combatir esta lacra social dejaría la ideología feminista a un lado, lo denominaría violencia doméstica o de pareja y no engañaría a la población con los conceptos «machista» o «de género». Esto significaría atender a sus complejas causas reales y centrar las actuaciones en el Ministerio del Interior y no en el de Igualdad, ese ministerio superfluo. Dada la carencia de rigor de la ley socialista del 2004 sobre las causas de la violencia «de género», no parece que el objetivo real del legislador fuera sólo combatirla, sino también promover una agenda política que agitara la lucha de sexos como sustituta de la lucha de clases. Se trató de un ejemplo más de una acción política en la que un fi n aparentemente loable escondía en realidad un objetivo siniestro: dividir y confrontar. De hecho, cabe preguntarse si aún hoy existe verdadera intención de abordar con seriedad el problema o si, por el contrario, el feminismo más radical se conforma con la propaganda semanal de demonización del hombre que permea cada noticia de estos espantosos crímenes”