La lucha contra el yihadismo continúa marcando la actualidad internacional y nos deja noticias esperanzadoras y terribles tragedias. Entre las primeras, la liberación de la ciudad siria de Alepo, retomada por las fuerzas fieles al presidente Bashar al Assad con la ayuda de Rusia y de las milicias chiitas libanesas de Hizbolah, que han jugado un importante papel en esta victoria. Las imágenes de los cristianos celebrando de nuevo la santa misa en su catedral el día de Navidad, en medio de ruinas, son un gran gozo. No se trata de creer ingenuamente que el régimen de Al Assad sea modélico, pero sí resulta evidente que mientras en los territorios bajo el control de las milicias rebeldes los cristianos son perseguidos, el régimen baasista de Al Assad les permite vivir en paz.
La otra cara de la moneda son los recurrentes atentados de un asediado Estado Islámico que reacciona a la presión a la que está sometido en el territorio donde nació, principalmente el este de Siria y el norte de Iraq, con ataques asesinos en grandes ciudades. Las últimas han sido Berlín, en la que el terrorista usó un camión para matar a doce personas en un atropello masivo durante una feria navideña, y Estambul, donde 39 personas fueron asesinadas durante una fiesta de año nuevo.
En el primer caso, el hecho de que el terrorista hubiera entrado en Europa como «refugiado» pone aún más si cabe en cuestión la política de apertura indiscriminada y masiva de fronteras para acoger a «refugiados» que, en muchas ocasiones, no lo eran. Las palabras de Monseñor Shara, obispo siríaco de Mosul, Kurdistán y Kirkuk, dirigidas a los europeos adquieren una inusitada gravedad a la luz de este atentado terrorista: «No aceptéis en vuestra casa a los refugiados que han hecho de nosotros refugiados en nuestra propia casa». Y es que incluso entre los refugiados provenientes de Siria no sólo hay personas que huyen de una guerra atroz, sino islamistas que escapan de los avances de las tropas gubernamentales después de haber aplicado la ley islámica con especial saña y perseguido a las comunidades cristianas sirias.
El atentado en Estambul, reivindicado por el Estado Islámico, tiene un trasfondo más complejo. El presidente turco Erdogan está embarcado en su proyecto de reconstruir un área de poder neo-otomana, con un marcado carácter islámico suní y liderado por Turquía. Si atendemos a su entorno geopolítico vemos que al oeste linda con una Europa de la que se aleja cada vez más y que es incompatible con ese citado proyecto neo-otomano, al norte tiene a Rusia, con la que la Gran Puerta tuvo numerosas guerras en el siglo xix, y que tras años de retroceso vuelve ahora a extender su área de influencia, como lo demuestra lo ocurrido en Ucrania y la península de Crimea. Hacia el este y el sur se encuentran los territorios de expansión naturales de esta Turquía con pretensiones de potencia hegemónica regional, pero si Rusia hace llegar su presencia hasta el Cáucaso, la guerra en Siria e Iraq suponían una oportunidad de aumentar la influencia turca. En este contexto Turquía no dudó en apoyar a toda milicia suní contraria a Bashar al Assad, aliado del Irán chiita, incluido el Frente Al Nusra y el Estado Islámico-ISIS. Esta política, además de crear inestabilidad interna por el malestar que provoca entre la propia población chiita turca (un 10% de los turcos son musulmanes chiitas alevíes, constituyendo la mayor minoría del país), se ha topado con el obstáculo de la implicación de Rusia en el conflicto, que ha alterado los equilibrios en juego y ha hecho insostenible para Turquía el mantenimiento de su apoyo al ISIS, cada vez más presionada por los Estados Unidos y Europa para desmarcarse de este grupo terrorista. Erdogan lo ha entendido y ha recompuesto sus relaciones con Rusia e incluso ha retomado las buenas relaciones diplomáticas con Israel. La reacción del Estado Islámico ha sido, lógicamente, el considerar a Turquía como un traidor y convertirla en objeto de su ira, lo que se ha consumado en este atentado terrorista en Estambul, un ataque que previsiblemente no será el último.
Así, la guerra y el terror siguen muy presentes en Oriente Próximo, si bien la situación de los cristianos ha mejorado con los últimos desarrollos de este complejo conflicto, del que por desgracia tendremos que seguir hablando.
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