Naciones Unidas es, sin ningún género de dudas, el agente que con mayor persistencia y eficacia ha promovido el aborto en el mundo entero desde hace décadas. Tras la idea de imponer una tasa global para el aborto, debidamente camuflada bajo otro nombre y que se propone que se aplique a todos los billetes aéreos, ahora la prioridad para la ONU parece ser la de consagrar el aborto dentro del derecho humanitario internacional.
En efecto, Naciones Unidas va a presentar en el World Humanitarian Summit, que se celebra en Estambul este mes de mayo, una propuesta para que la declaración final considere el aborto como parte sustancial de las normas internacionales de protección a las víctimas de guerra. De este modo, al incorporar el aborto al derecho internacional, se podría pasar por encima de las leyes de algunos Estados que aún mantienen una legislación que defiende la vida de los niños nonatos.
No se trata de un hecho aislado: se está preparando el terreno desde hace meses. Por ejemplo con la resolución del Parlamento Europeo aprobada el pasado diciembre en la que se solicita «un esfuerzo global para asegurar a las mujeres pleno acceso a todos los servicios relativos a la salud sexual y reproductiva, incluso al aborto seguro, en las crisis humanitarias, tal y como lo exigen las Convenciones de Ginebra y sus protocolos adicionales». Una resolución que se basa en una mentira obvia: ni en las Convenciones de Ginebra ni en ninguno de sus protocolos adicionales se habla de aborto. Un pequeño detalle sin importancia para estos celosos propagadores del aborto dispuestos a no detenerse ante nada.
Esta ofensiva abortista tiene, al menos, la ventaja de que pone en evidencia los objetivos de las grandes instituciones internacionales, de quienes las dirigen, y de los países que las apoyan. En una reciente reunión, a finales de marzo de este año, los gobiernos de Dinamarca, Francia y Suecia abandonaron el eufemismo de los «derechos sexuales y reproductivos» y definieron abiertamente el aborto como una «condición esencial». No es casualidad que la reunión fuera presidida por Tewodros Melesse, director general de International Planned Parenthood, la organización que gestiona centenares de centros abortistas en todo el mundo y que está en la génesis de la campaña, de la mano de la ONU, para promover el aborto en Iberoamérica con la excusa del virus Zika.
Esta es la realidad de la ONU y de otras agencias internacionales, constante en el tiempo y bien documentada. Y sin embargo aún es frecuente leer llamamientos, en documentos eclesiales, en favor de una superestructura internacional, ignorando por completo el más mínimo realismo y obviando el análisis desapasionado de la influencia real de Naciones Unidas en el mundo. A medida que el discurso abortista se radicaliza y abandona el lenguaje eufemístico, es de esperar que este tipo de declaraciones vaya cambiando de signo ante la dura evidencia.
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