La importancia geopolítica de Turquía está fuera de toda duda. Situada en la encrucijada entre Europa y Asia, la influencia de Turquía se extiende hacia las poblaciones turcómanas de Asia central. Por ella pasan importantes gaseoductos y ha sido el bastión de la OTAN en la región. Tras la caída del Imperio otomano de resultas de la primera guerra mundial, Mustafá Kemal Ataturk creó la Turquía moderna abrazando un laicismo a la europea que no dudó en perseguir ciertos aspectos del islam y del que el Ejército turco se hizo garante tras la desaparición del «padre de los turcos». Pero desde finales del siglo pasado el islamismo no hace más que recuperar terreno, mientras el laicismo ataturkiano no cesa de retroceder. Los últimos años, marcados por el liderazgo del presidente Erdogan (presidente de Turquía desde agosto de 2014), han supuesto un nuevo impulso islamizador y una política exterior más tendente a recuperar la centralidad dentro del islam suní que tuvo el Imperio otomano, en abierta oposición al eje chií formado por Irán, Siria y el Hezbollah libanés. Parte de esta nueva política ha sido la actitud condescendiente (o incluso, según algunas informaciones, de abierto apoyo) de Turquía al ISIS, el autodenominado Estado Islámico, y sus cada vez más frecuentes roces con la Rusia de Putin.
No es de extrañar, pues, que en el explosivo contexto de Oriente Medio, la noticia de un golpe de Estado en Turquía el pasado mes de julio captase toda la atención mundial. Tras un primer momento de incertidumbre, el golpe se desvaneció, eso sí, dejando un saldo de 265 muertos. La falta de preparación y el escaso número de militares implicados en el mismo han dado pie a que numerosas voces hablen de autogolpe de Erdogan para así dar un golpe de timón y eliminar las últimas resistencias a su proyecto islamizador. Es imposible, con la información de que disponemos, confirmar tales suposiciones, si bien hay algunos datos que parecen indicar que Erdogan esperaba una crisis de este tipo (las listas de implicados estaban ya preparadas desde hacía tiempo, como demuestra el hecho de que en ellas aparezcan personas fallecidas de muerte natural durante las semanas previas al golpe y que el gobierno no se tomó la molestia de borrar de la relación de golpistas). En cualquier caso, y sin entrar en teorías conspirativas que no afectan al resultado del fallido golpe, lo cierto es que el presidente turco Erdogan, en su primera comparecencia televisiva Cuando el presidente Erdoğan llegó al aeropuerto de Atatürk, afirmó que el golpe había sido un «regalo de Dios». y dijo también que los instigadores del golpe pagarían un “alto precio” por su “traición”.
Se entiende su entusiasmo: la purga masiva llevada a cabo, y que supera la cifra de 60.000 personas, entre ellas 2.000 jueces, 15.000 funcionarios de Educación, 1.500 profesores de Universidad, 9.000 policías o casi otros 9.000 funcionarios del Ministerio del Interior, además de por supuesto los últimos militares, entre ellos 118 generales, que aún pretendían ser los guardianes del Estado laico de Ataturk (si todos los detenidos hubieran estado implicados en el golpe hubiera sido casi imposible que fracasara), dejan a Erdogan y los suyos como dueños y señores de Turquía.
Parece, pues, que estamos ante un cambio de situación política en Turquía, ante la desaparición de los últimos obstáculos a la islamización y el triunfo de los planes de la hermandad musulmana Naqshbandiyya. Esta hermandad sufí dedicada a la conservación de la identidad musulmana lleva décadas luchando contra el laicismo kemalista, camuflándose, disimulando e infiltrando a sus miembros en las estructuras del Estado. La mayoría de los líderes moderados del islamismo a la turca han sido miembros de la hermandad, desde Turgut Ozal a Erdogan, adoptando la táctica de presentarse como una especie de «democracia cristiana» a la musulmana (algo que les hacía aceptables para las instituciones occidentales)… hasta el momento actual, en que su fuerza les permite dejar atrás la política de disimulo y abogar abiertamente por la islamización. Incluso la petición de adhesión a la Unión Europea, impulsado por Ozal, se puede entender como un movimiento táctico islamista: la desactivación del papel tutelar del Ejército, la democratización y la libertad de expresión y prensa exigidas por la UE han sido los medios de los que se han servido los islamistas turcos para enterrar el kemalismo. Estaremos atentos a los siguientes pasos de Erdogan, pero parece claro que vienen malos tiempos para aquellos que abogan por una Turquía más occidental y donde las leyes no vengan dictadas por el islam.
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