África es una tierra de oportunidades. La primera imagen que a una persona de a pie le viene a la mente sobre el continente africano dista mucho de esta afirmación: guerras, epidemias, pobreza, hambre… Pero lo cierto es que África posee tantas riquezas naturales y humanas que al menos debería ser un lugar de oportunidades, un paraíso terrenal. África es en realidad muy rica, es la gran reserva mundial de materias primas como la madera, los metales y el petróleo. Posee un capital humano impresionante, con una tasa de natalidad tres veces más grande que Europa, y una riqueza histórica y cultural inigualable.
Cuando Pedro-Francisco Martin, padre de Luis, se jubiló de su puesto en el ejército en el año 1830, la familia se retiró a vivir a Alençon, pues esta ciudad de quince mil habitantes ofrecía la posibilidad de mayores oportunidades escolares para la educación de sus hijos. Luis, que tenía 7 años, iría al colegio de los HH. de la Doctrina cristiana hasta finalizar el período escolar, 16 años. Hijo de padres piadosos su educación estuvo siempre centrada en el cumplimiento de los deberes con Dios.
Para iniciarse en el oficio de relojero a la edad de diez y nueve años es enviado por su padre a Rennes, donde se inicia en la profesión. De su estancia en Rennes restan unas libretas con fragmentos literarios que muestran la afición de Luis por la vida de oración y el amor a la literatura. Chateaubriand es su escritor preferido, pero también lee a Lamartine, de Maistre, Victor Hugo, etc. Hijo de su tiempo, está penetrado del romanticismo dominante, pero los escritos espirituales son los más numerosos.
A finales de verano de 1843 abandona Rennes y parte de viaje hacia Alsacia, Estrasburgo. De camino peregrina para ir a ver el Hospicio que hay en el Gran san Bernardo, a 2.470 metros de altura. Él confía a Dios una nueva etapa de su vida, se siente atraído por Dios y le parece que le llama a la vida religiosa. Pero su plan es ir a Estrasburgo a proseguir su formación de relojero, donde es acogido por un amigo de su padre, de dicha profesión. Permanecerá allí dos años.
En otoño de 1845, Luis antes de volver a Alençon pasó de nuevo por el Hospicio Mont-Youx del Gran san Bernardo y habla con los canónigos con la intención de entregarse a Dios en dicha comunidad. La falta del conocimiento del latín fue la causa que le adujo el superior para disuadirle, pues toda la liturgia se celebraba en dicha lengua. Luis decide aprender latín para poderse incorporar a la comunidad.
Con todo interés se puso Luis a estudiar latín en Alençon, pero desdichadamente no progresaba lo que se requería para ingresar en el Hospicio. Fue tan dura la lucha que le produjo un gran cansancio y un inicio de depresión y tras dos años de estudio renunció a su proyecto de entrar en el Hospicio del Gran San Bernardo. En ningún momento pensó en la posibilidad de ingresar en otro convento o en otra orden, pero tampoco dudó nunca de que su ideal era poner a Dios en el centro de su vida. A partir de entonces se dedicará a su oficio de relojero, manteniendo una visión muy espiritual de la vida y con deseo de vivir una vida de célibe muy centrada en Dios.
Catorce años más tarde llega también a Alençon la familia Guérin, Isidoro y Luisa-Juana, padres de tres hijos, en período escolar con la misma intención de poder enviar a los hijos a colegios cristianos para obtener una buena formación. Se instalan en una casa de la calle Saint Blas, nº 34. La segunda de las hijas se llama Celia y tiene en este momento 13 años. Asiste al pensionado de las Adoratrices perpetuas de los Sagrados Corazones de Picpus. El padre, Isidoro, que había sido militar y después gendarme, se dedica ahora a la carpintería y la madre lleva un local donde se sirven cafés y bebidas.Este negocio dura poco tiempo pues la dueña va moralizando a los clientes y poco a poco éstos se van yendo a otros locales. Ello hará la situación económica de la familia sea precaria hasta que las hijas puedan ayudar con su trabajo a sus padres.
El clima familiar de los Guérin es cristiano, pero está dominado por un cierto rigorismo, una fuerte austeridad y severidad, especialmente por la mano rígida de la madre. Celia será la más perjudicada por ello, pues Elisa, por ser la mayor, e Isidoro por ser el hijo pequeño recibían un trato más cariñoso. Celia era muy consciente de esta diferencia de trato y se lo escribirá años más tarde a Isidoro. Ella le confiesa «mi infancia y mi juventud fueron tristes como un sudario, pues si mi madre te mimaba, conmigo era muy severa, tú lo sabes; ella que era tan buena, no supo cómo tratarme y yo sufrí mucho».
A los diez y nueve años, Celia expresa a sus padres la idea de ser religiosa, pero así como su hermana era más interior y se orienta hacia la Visitación, ella es más expansiva y pragmática y desea socorrer a los pobres y por ello desea entrar en las Hijas de la Caridad que en Alençon tienen un hospital, Hotel-Dieu. Acompañada de su madre, Celia va a exponer su deseo de poder entrar en la comunidad. Pero cuál es su sorpresa cuando la Madre superiora le niega la entrada porque dice que no es cosa de Dios. Celia lo acepta, no se aflige ni se agría, y no pensó tampoco en ingresar en otra orden, sino que elevó esta súplica al Señor: «¡Dios mío! Ya que no soy digna de ser vuestra esposa, como mi hermana, aceptaré el matrimonio para cumplir vuestra voluntad. Entonces, dadme, os lo ruego, muchos hijos.»
Los primeros planes de Luis y Celia no fueron los que ellos desearon, pero sin dudar ni un instante aceptaron la voluntad de Dios y se abandonaron a ella.