Escribe Elio Gallego en El Debate de hoy sobre quienes reciben esa etiqueta de «antisistema» y, sin embargo, son expresión de ese mismo sistema al que supuestamente se opondrían:
«No han faltado medios de comunicación que han calificado de ‘antisistema’ a los grupos de ultraizquierda que han agredido en estos días, en numerosos puntos de España, a ciudadanos que protestaban pacíficamente y en uso de su libertad de expresión contra la deriva totalitaria del Gobierno. Curiosa expresión la de antisistema aplicada a grupos, sería mejor decir ‘bandas’, que se dedican a perseguir y acosar a quienes disienten del poder. ¿No sería mejor llamarlos ‘ultrasistema’?
Y, si profundizamos un poco más en ello, no sería difícil demostrar hasta qué punto son normalmente jóvenes que viven del «sistema», de ese entramado de ayudas y subvenciones que permite a la mayoría de ellos vivir sin un trabajo estable o cualificado. Jóvenes que han asumido y han hecho suya una vida sin patria y sin religión, una vida extraña a toda idea de familia y tradición. ¿Pero no es esto, acaso, la esencia misma del «sistema»? ¿No es esta, por cierto, la «ideología» de la mayoría de los grandes medios de comunicación? ¿Y no cabe decir lo mismo de los poderes financieros y las grandes corporaciones multinacionales? Nos hallamos, de hecho, ante una extraña unanimidad en torno a las grandes cuestiones antropológicas, tales como la ideología de género, el globalismo, la irreligión, la ideología de la antidiscriminación, etc».
La experiencia de la no-omnipotencia que nos salva de la impotencia total
Pier Paolo Bellini llama la atención, en la revista italiana Tempi, sobre un aspecto del mundo moderno clave para comprender el porqué de las peligrosas derivas de la modernidad: «Las “pasiones tristes” que caracterizan la cultura postmoderna surgen no...