«A pesar de una concepción muy extendida, incluso en círculos académicos, del cristianismo primitivo como una red de pequeñas iglesias domésticas que celebraban la Eucaristía en un contexto familiar modesto y no institucionalizado, o incluso clandestinamente en las catacumbas, en pequeños grupos de “fieles”, los testimonios antiguos nos hablan en cambio de un único culto público en cada ciudad, presidido por el obispo, en un edificio sagrado, dedicado entera y exclusivamente a este fin.
Hacia el año 150 d.C., san Justino da testimonio, en su Apología, de que los cristianos, ya vivieran dentro de las murallas de la ciudad o fuera, se reunían en un mismo lugar, la misma expresión que encontramos en Hechos 2,1, indicando la estructura fundamental de la Iglesia reunida en un lugar, con los Apóstoles o sus sucesores.
Esta unidad es la que se desprende también de las cartas de san Ignacio de Antioquía a los cristianos de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, etc.: en todas estas ciudades hay una sola comunidad, reunida en torno a su obispo para la Eucaristía. La Iglesia primitiva no parece querer desviarse en absoluto en este punto de la tradición judía: un solo Templo, un solo altar, un solo Sumo Sacerdote. Incluso en lo que se refiere a las sinagogas, parece haberse mantenido el principio de una única sinagoga por ciudad, en la que se reunían todos los judíos de la zona. Los primeros cristianos eran conscientes de que la revelación del Hombre-Dios no sólo no debilitaba, sino que incluso reforzaba la importancia de realizar y expresar la unidad del rebaño bajo un solo pastor. Existían ciertamente celebraciones independientes, pero eran las de los cismáticos, que erigían sus propios altares y lugares de culto, en ruptura con el obispo legítimo.
[…] Todo esto significa que, durante más de cuatro siglos, cada ciudad conoció una única celebración dominical, presidida por el obispo: no hubo ninguna red de «liturgias domésticas» clandestinas, sino una única, grande y solemne celebración; ninguna “iglesia doméstica”, sino una única, grande y con altar, en la que el obispo presidía en solitario la Eucaristía».









