«La diosa Circe advierte a Odiseo de las dificultades que encontrará en su viaje de regreso a Ítaca. Entre ellos están las sirenas, cuyo canto es tan seductor que Odiseo debe ordenar a sus hombres que se tapen los oídos con cera mientras reman. El propio Odiseo tendrá que ser atado al mástil mientras navegan por las aguas para que, aunque sólo él pueda oír a las sirenas, no pueda dar órdenes a sus hombres a remar hacia ellas».
Murray se fija en lo que las sirenas le dicen a Odiseo, no solamente palabras hermosas, sino una promesa de sabiduría y comprensión: «pues nosotras sabemos todas las penalidades que los dioses infligieron en la guerra de Troya a los argivos y a los troyanos y estamos enteradas de cuanto ocurre sobre la tierra».
«Mientras lo leía, –comenta Murray–, pensé en varios sucesos ocurridos en nuestro país. Este mes el Parlamento ha debatido dos leyes que van a cambiar la sociedad. Una fue la decisión de ampliar la fecha en que las mujeres pueden poner fin a la vida de su hijo en el útero. La otra la legislación que significa que a partir de ahora podremos elegir el día en que morimos.
Son prioridades curiosas para un país. Pero los debates sobre la ampliación de los límites del aborto y la introducción de la eutanasia llegaron como un movimiento de pinzas. Por un lado, una mujer podrá abortar después de los seis meses de embarazo. Lo que significa que una vida que es viable fuera del útero puede ser asesinada dentro de él.
En el otro extremo del espectro vital, los diputados votaron y aprobaron esa misma semana un proyecto de ley para convertir finalmente la eutanasia (o “muerte asistida”) en otro “derecho humano”. Como llevo diciendo desde hace muchos años, no hay país en el que se haya introducido la eutanasia en el que la pendiente desde el terreno de los cuidados paliativos no se haya deslizado hacia el asesinato de los enfermos mentales, los jóvenes y aquellos que sienten que se han convertido en una carga para sus familias o para el Estado.
Pero nada de esto importa, porque en todos estos casos el argumento y los razonamientos se han reducido cada vez a la “compasión” y la “comprensión”. Los impulsores de estas leyes presentan sus argumentos morales de una forma en la que sus caras se muestran compungidas y sus voces se quiebran de empatía en todo momento. Todo consiste en “comprender”, “escuchar”, “hablar a favor de” y “aliviar” el sufrimiento de los demás.
Lo que me lleva de nuevo a las sirenas. Porque lo que resulta tan convincente para Odiseo es que el canto de las sirenas le dice que sólo con ellas será comprendido. Las sirenas le prometen que ellas son las únicas que saben y entienden lo que él ha pasado en Troya. Le escucharán y leo comprenderán. Él, por su parte, alcanzará con ellas uno de los mayores deseos humanos: ser comprendido.
A riesgo de ganarme más enemigos, permítanme señalar que, aunque hemos oído hablar mucho de la “masculinidad tóxica”, también existe la “feminidad tóxica”. Esta feminidad tóxica es responsable de la idea de que la compasión y la empatía nos salvarán y resolverán nuestros problemas, dejando de lado todos los demás juicios y razonamientos.
Hemos visto estos días cómo el sentido, la profundidad y el valor de la vida en nuestro país se han contraído por sus dos extremos. No por ninguna razón racional, sino porque si no lo hubiéramos hecho estaríamos mostrando una falta de comprensión y bondad. Pero esta sentimentalización es un espejismo y sus promesas una mentira. Veremos quién choca antes contra las rocas».











