Quienes tuvimos el regalo de participar en el congreso internacional Cor Iesu, spes mundi del 4 al 6 de junio en Valladolid volvimos con el corazón ensanchado, esperanzado y lleno de gozo. También agradecido al buen Jesús y particularmente agradecido a quienes suscitó la feliz idea de organizarlo y llevarlo a cabo: la archidiócesis de Valladolid y el Instituto del Corazón de Cristo.
El Señor sobreabunda
El programa que se había diseñado con tanto mimo y acierto desde hacía mucho tiempo se vio sorprendido y desbordado por la última encíclica del difunto papa Francisco, como testamento espiritual, soporte, fundamento y marco inmejorable para este congreso. No hubo ni una sola intervención que no la mencionara ni agradeciera su regalo como una delicadeza del divino Corazón del Señor.
También el nuevo papa León ofreció de algún modo un lema para las jornadas: «¡Esta es la hora del amor!» según había anunciado en la misa de inicio de su pontificado y así lo recogieron muchos de los ponentes. Otro regalo del buen Dios que, providencialmente para el congreso, subrayaba aquello que es máxima expresión de su Corazón: el amor.
No fueron solamente las ponencias, sino también las celebraciones litúrgicas, los refrigerios y los momentos de convivencia los que supusieron parte de este delicado regalo que el Señor nos ofrecía por medio de sus magníficos colaboradores, en una contribución de dones y virtudes sobresalientes en todas sus facetas.
Un programa para el congreso y uno para el futuro
Desde la misa inaugural del congreso, presidida por el obispo Munilla se respiraba un clima de piedad y devoción inmejorable. El obispo de Orihuela-Alicante llamaba a la esperanza en esa misericordia del Señor que se derrama sobre nosotros para elevarnos y culminar en cada hombre su obra de santidad en aquella vocación a la que Él lo ha llamado. «Una esperanza –seguía diciendo el obispo– que es onda expansiva» y resuena en aquella Gran Promesa hecha por el Corazón del Rey de reyes al padre Hoyos en 1733.
Las ponencias alimentaron la cabeza y el corazón tanto del que venía dispuesto a profundizar en la teología del Corazón del Maestro, como al que venía a fundamentar la esperanza en su prometido Reino; tanto al que venía a descubrir testimonios de la abundancia de su amor, como al que venía a conocer las historias de Paray-le-Monial; tanto al que venía a dejarse iluminar por las obras de sus apóstoles, como al que venía dispuesto a encontrar qué hacer en su divino servicio.
Este último pudo hallar un plan al que dedicarse siguiendo la propuesta que el obispo Argüello detalló en la última ponencia del Congreso, un decálogo al que denominó «Programa 2033»: hito para la renovación de la consagración del mundo al Sagrado Corazón en el tercer centenario de la Gran Promesa al beato padre Hoyos y el segundo milenio de aquella lanzada que abrió el Corazón de Nuestro divino Señor.
Historia y Magisterio
El obispo emérito de Córdoba, D. Demetrio Fernández, nos guió en un recorrido cronológico por las enseñanzas magisteriales sobre el Corazón de Jesús desde la Annum Sacrum hasta la Dilexit nos, «herencia preciosa del papa Francisco para la Iglesia», coronación y superación de todas las anteriores, según su juicio. Y recogiendo el testigo de Juan Pablo II y del papa Francisco no olvidó el papel providencial de santa Faustina y santa Teresita de Lisieux en la extensión y la comprensión de esta preciosa devoción; dos santas de las que nos hablaron con simpatía y unción en el último día del congreso los doctores Kazmierczak y Martínez.
El padre Étienne Kern, rector del santuario de Paray-le-Monial, nos invitó a todos a «la segunda ciudad del Corazón de Jesús, después de Jerusalén», un lugar de gracia, descubriéndonos con profundidad misterios de aquellas revelaciones y el significado profundo del incendio de amor que el divino Corazón vino a traer al mundo, del amor por amor que aprendemos a través de santa Margarita y nos ha invitado a comprender más profundamente Dilexit nos.
La Madre Gallardo trazó la historia de la propagación de aquella devoción por medio de la Compañía de Jesús para la cual –según el beato padre Hoyos– «la intención de Jesús al suscitar su fundación era encomendarle su Corazón». Una historia misteriosa que tiene su momento capital en san Claudio de la Colombière y en la que –siguiendo el programa hasta el último día– descubrimos a su gran difusor en la figura del jesuita padre Ramière, infatigable apóstol y teólogo de su reinado, tal y como nos enseñó en su ponencia el padre Pueyo.
El obispo Cerro y el Dr. Burrieza nos abrieron el interior del joven jesuita beato padre Hoyos, confidente de aquella Gran Promesa para España que es gloria y esperanza de la ciudad que nos acogió, Valladolid; místico y apóstol de la devoción al divino Corazón, que ha sido –dijo D. Francisco– la devoción cristológica que más ha arraigado en el Pueblo de Dios.
Teología del Sagrado Corazón: «spes mundi»
Nos introdujo magistralmente en la teología del Corazón de Jesús el obispo de Jerez, D. José Rico, invitándonos a considerar esa oración de san Pablo en la carta a los Efesios en la que pedía «que el Dios de nuestro Señor Jesucristo […] ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama»; una esperanza que haya su plenitud en el Corazón amorosísimo del Maestro que desde el Gólgota nos entrega a su madre, solo nos pide darle lo que somos y nos abre el río de vida que brota de su costado.
Más tarde, el padre Granados y el doctor Di Masso nos hicieron reflexionar sobre esa economía del devolver amor por amor, «la redamatio, desde su perspectiva personal y social, como respuestas completas a aquel tiempo designado por el mismo Jesús a santa Margarita en el que revelaría los misterios contenidos en su Corazón y a través de Él difundiría ampliamente los tesoros del amor, de la misericordia y de las gracias de la santidad y de la salvación.
Un tiempo que esperamos que tenga también su plenitud terrena, según la ponencia del padre Ignacio Manresa, no como idealismo ideológico, sino como esperanza fundada en los designios de Dios revelados en el Apocalipsis y que manifiestamente resuenan en aquella confidencia hecha a la santa visitandina: «Reinaré a pesar de mis enemigos y de todos cuantos quieran oponerse». Porque, como escribió san Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino […] Así–y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador– sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo.»
Un reino en el que late al unísono otro Corazón, el de su Madre y Madre de toda la humanidad, como nos vino a recordar el padre Giménez, porque aquel «Reinaré» de Paray-le-Monial tuvo su eco en el de Fátima y no esperamos sino ver lo que la Virgen profetizó a los pastorcillos: «¡por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará!».
La esperanza nunca defrauda
Llegó la hora de los testimonios en dos momentos del Congreso. Por la tarde del viernes, en primer lugar, Doña Nieves González Rico nos invitó a visitar la vida familiar de Nazaret, el lugar de la prodigalidad íntima del Corazón de Cristo, y ahí a descubrir que hijo es sinónimo de amado y que el amor esponsal es imagen del Corazón de Cristo por cada uno de nosotros.
A continuación, de la mano y gracia del padre García comprendimos que el Corazón de Cristo es salud para todas y cada una de las heridas de las que hoy en día adolece nuestra juventud: solo en el Corazón de carne de nuestro divino Maestro –nos dijo el padre García– hallará el corazón del joven salud para sus heridas –físicas o psicológicas–, amparo y refugio para su psique enferma, agua para su sed más profunda y suelo firme en el que reposar de su espiritualidad líquida y de sus idealizaciones desquiciantes.
También en el sábado descubrimos los testimonios de Misericordia, de la Guardia de Honor y del Apostolado familiar. En todos ellos resonaba esa reflexión del papa Francisco sobre la dimensión social de la reparación al Corazón de Cristo, a la vez que ese amor por las expresiones de fe de los sencillos. Como el ejemplo de la familia Chateauvieux, fundadora de Misericordia, que vivía su vocación de familia orante, sencilla y misionera para «ser el Corazón de Jesús que late día y noche para los más pobres».
Y se nos hizo corto el tiempo siguiendo las huellas de tantos testimonios, porque los amigos del Corazón de Cristo son muchos, diversos, enamorados, esperanzados… y son realmente testigos de la fidelidad del buen Jesús a todas sus promesas.
Ya nos había advertido don Luis Argüello al inaugurar el congreso que la devoción al corazón de Jesús tiene un papel central en la vida cristiana y es fundamento de esperanza para el mundo, porque este Corazón es fuente permanente de luz y de amor para un mundo que anda ayuno de iluminación y deseoso de una fuente de amor.
¡Es la hora del amor!
La vigilia de Pentecostés en la catedral y una Hora Santa deliciosa en el lugar en el que el Señor prometió reinar en España con más veneración que en otras partes completaron las jornadas que fueron Tabor para todos los que asistimos, pero del que debimos descender como testigos del amor misericordioso del buen Dios hecho hombre, que ante la ignominia de una lanzada respondió con el regalo de su Corazón abierto; del que debimos descender porque no es tiempo de holgar sino de trabajar por su Reino; del que debimos descender porque nos ardía el corazón y no podíamos encerrar en nosotros tanto fuego; y del que debimos descender para anunciar al mundo que hay esperanza y esa esperanza es y será únicamente el Corazón de Cristo.











