Escribe Francesco Mori en La Bussola Mensile, sobre el significado de las desnudas
iglesias que construimos hoy en día:
«¿Por qué las iglesias modernas son tan frías? ¿Qué concepto estético las ha inspirado? ¿De
dónde procede la desaparición casi total de ornamentación? Estas preguntas acompañan desde
hace décadas a cualquiera que entre en un edificio sagrado de nueva construcción… Y es que
detrás de cada elección formal se esconde la expresión de una espiritualidad».
Mori explica que nos encontramos ante «dos visiones diferentes de lo sagrado: la primera de
origen cristiano y la segunda profundamente influida por las religiones orientales, especialmente
el hinduismo». En la cristiana, «son potenciadas todas las características de la realidad creada»;
la oriental, «imagina el más allá como el lugar de la evanescencia y la fusión de las almas en una
luminiscencia indistinta y cegadora, eternamente desprovista de mutaciones».
Nuestra cultura, añade, «ha sido penetrada por esta visión oriental». Y se pregunta: «¿A quién
le gustaría pasar la vida eterna perpetuamente deslumbrado por un resplandor mudo sin
articulación ni movimiento? ¿Quién se complacería en habitar sin cesar en esta especie de
quietud eterna y monótona, que tanto se parece a la nada?»
Las iglesias católicas siempre se han concebido como un intento de crear un espacio que
prefigure una especie de anticipación sagrada del paraíso. Todo el vasto universo de la creación
se recapitulaba en piedra, en oro o en colores, adornando así capiteles, bóvedas, cornisas… Por
contra, la visión «minimalista» de la espiritualidad parece haber moldeado gran parte de la
producción artística moderna, que en el campo de la arquitectura se caracteriza por la ausencia
total de ornamentación y decoración. Volúmenes esenciales, superficies planas y brillantes,
bosques ortogonales de pilares grises de hormigón han inspirado la estética de los edificios
modernos.
[…]Ha llegado, pues, la hora de un llamamiento urgente: ¡volvamos a poner en los ojos y en los
corazones del pueblo de Dios el deseo de habitar un día en una dimensión que realce y realice la
naturaleza de la creación y el destino del hombre! Esta es la misión del arte, y del arte sacro en
particular: permitir a los hombres “asomarse” al paraíso, no embriagarlos en un Nirvana
aséptico».