La consagración al Corazón de Jesús, junto al espíritu reparador que la anima, tiene su origen en los deseos explícitos del Señor tal y como se los comunicó a santa Margarita María en Paray-le-Monial.
«[El Corazón de Jesús] me ha confirmado –escribe santa Margarita a la madre Greyfié en 1685– que el placer que encuentra en ser amado, conocido y honrado de las criaturas es tan grande, que, si no me engaño, me ha prometido que todos aquellos que se le dediquen y consagren no perecerán jamás, y que como es el manantial de todas las bendiciones, las derramará en abundancia en todos los lugares en que la imagen de su divino Corazón esté expuesta y sea honrada».
Este deseo fue rápidamente acogido por los primeros devotos del Corazón de Jesús, extendiéndose las consagraciones personales y de comunidades religiosas durante el siglo XVIII.
Primera consagración «comunitaria» en Paray
De hecho, la primera consagración «comunitaria» tuvo lugar en el mismo noviciado de Paray-le-Monial. El 20 de julio de 1685, queriendo las novicias contentar a su querida maestra Margarita María, se levantaron a media noche, prepararon un altar especial que adornaron lo mejor que pudieron y colocaron en él un pequeño dibujo del Corazón de Jesús que la misma santa Margarita les había dado. La santa quedó extasiada ante la sorpresa de sus novicias y frente a dicho altar leyó el acto de ofrecimiento al Corazón de Jesús que ella misma había compuesto. A ejemplo de su maestra, cada una de las novicias se consagró al amor del Corazón adorable de Jesucristo. Esta consagración sería mal recibida por muchas de las hermanas del convento pero el Espíritu Santo cambió sus corazones y al año siguiente, el 21 de junio de 1686, viernes siguiente a la octava del Corpus, toda la comunidad se consagraría al Corazón de Jesús.
A esta consagración el Señor vinculó un conjunto de promesas, entre las que tienen una relevancia especial las relacionadas con la vida familiar («A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado; daré la paz a las familias; las consolaré en todas sus aflicciones; seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte; derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas; bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada»). A pesar de ello las consagraciones de las familias al Corazón de Jesús no comenzaron hasta más de doscientos años después de que la santa de Paray recibiera estas revelaciones del Corazón de Jesús, justamente cuando el pueblo cristiano, al contemplar como el liberalismo expulsa a Dios de los gobiernos, las familias, los trabajos, las escuelas, las diversiones, el arte, las enfermedades o la muerte, va logrando una mayor inteligencia de las palabras del Sagrado Corazón a santa Margarita María referidas a su reinado social.
Enrique Ramière, el gran impulsor
Y comienzan gracias al celo incansable del padre Enrique Ramière, segundo fundador del Apostolado de la Oración. Fue él quien en tiempos del Concilio Vaticano I (1870) promovió la primera campaña de consagraciones familiares al Sagrado Corazón («Tenemos todos los motivos para esperar –escribía el padre Ramière a todos los obispos del orbe católico– que el amabilísimo Corazón de Jesús no nos niegue ninguna gracia si en este solemne aniversario de su revelación la familia es consagrada a su Sagrado Corazón por el jefe del hogar, la parroquia por su sacerdote, la comunidad por su superior, y la diócesis por su obispo»), recibiendo la adhesión de centenares de miles de fieles y la firma de 272 obispos presentes en el Concilio. Interrumpido éste, el padre Ramière renovó la invitación en 1874 desde Toulouse, logrando el apoyo de 534 obispos y alcanzando que el papa Pío IX consagrara la Iglesia al Corazón de Jesús el 16 de junio de 1875, coincidiendo con el segundo centenario de las principales revelaciones del Corazón de Jesús a santa Margarita María.
Otros propagadores de la consagración
En medio de este clima y respondiendo a la invitación del padre Ramière, propuesta a través de la Dirección general del Apostolado de la Oración, la madre María de Patrocinio promovió en 1873 en Lisboa la práctica de las consagraciones familiares.
Pocos años más tarde (1882) esta devoción recibió un nuevo impulso gracias al celo de Theodore Wibaux, un joven jesuita muy devoto del Sagrado Corazón que entonces estudiaba para el sacerdocio en la isla de Jersey y que antes de ingresar en la Compañía había sido zuavo pontificio. Wibaux propuso a su familia la idea de consagrarse al Corazón de Jesús y al ver los frutos que se siguieron de aquella consagración, se dedicó con todas sus fuerzas a promover entre la población católica de Jersey la práctica de consagrar sus familias al Sagrado Corazón. Su éxito fue extraordinario y el relato de las gracias obtenidas del Señor por este medio, publicado en el Mensajero del Corazón de Jesús, produjo un efecto tan profundo que la práctica fue adoptada con más entusiasmo que nunca en Francia. La ciudad de Marsella se convirtió en el centro del movimiento en ese país y en 1886 diez mil familias se habían consagrado al Sagrado Corazón sólo en esa ciudad. A partir de entonces la devoción avanzó a pasos agigantados, no sólo en Francia e Italia, sino también en otras partes del mundo, especialmente en América.
La campaña tomó más auge en 1889. Cuando la masonería organizó, a escala mundial, una serie de actos para conmemorar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el Apostolado de la Oración hizo un llamamiento a todos sus socios para que promovieran en todo el mundo la consagración de las familias. Se abrió un Registro de Familias en el que, según un periódico de la época, estaban inscritos los nombres de más de dos millones de familias.
Inmediatamente antes de la celebración del segundo centenario de la muerte de santa Margarita María de Alacoque (15 de octubre de 1890), el padre Reynault, S.I., nuevo director general del Apostolado de la Oración, envió treinta volúmenes («Libro de Oro») con nombres de familias consagradas al Sagrado Corazón a Paray-le-Monial, y siete más a Montmartre en París, donde, en ese momento, se estaba construyendo la hermosa iglesia del Sagrado Corazón. A partir de entonces, millones de ejemplares de la fórmula de la consagración de las familias fueron distribuidos a través del Apostolado de la Oración y se va generalizando la práctica de colocar en la puerta de las casas la imagen del Sagrado Corazón y su promesa de bendecirla.
Mateo Crawley, el gran propagador del siglo xx
El movimiento de consagraciones familiares recibió un nuevo impulso a principios del siglo xx gracias a los esfuerzos de un celoso sacerdote peruano de ascendencia inglesa: el padre Mateo Crawley y su campaña de entronizaciones del Corazón de Jesús en los hogares. Curado repentinamente en Paray-le-Monial (1907) de una grave enfermedad, se entregó por completo a este apostolado y sólo entre 1908 y 1920 consiguió que más de seis millones de familias entronizaran al Corazón de Jesús como Rey de sus hogares.
Desde Roma, a instancias del director general de la Congregación de los Sagrados Corazones y para conseguir que su apostolado dieran aún mayores frutos, san Pío X también promovió este movimiento concediendo indulgencia plenaria (15 de junio de 1908) a todos los fieles que solemnemente se consagren (o renueven anualmente) a sí mismos y a sus familias al sacratísimo Corazón de Jesús bajo la fórmula prescrita.
Y de la extensión e importancia dada por la Santa Sede a este movimiento de consagración de las familias al Corazón de Jesús da muestra la intervención de la Secretaría de Estado el 10 de mayo de 1918 poniendo en manos del Apostolado de la Oración la organización y difusión de esta obra de consagración de las familias al Sagrado Corazón de Jesús, hasta entonces encargada en Italia por el padre Mateo Crawley a la pía unión de mujeres católicas, «que enarbolando la bandera del amor divino, se ha hecho merecedora de reconocimiento y elogio, como en muchas otras iniciativas muy útiles, aunque en ésta las supera a todas».
De este vasto movimiento de entrega de las familias al Corazón de Jesús se hizo eco el papa Pío XI al instituir la fiesta Cristo-Rey en el año 1925: «¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900».
Desde entonces todos los sumos pontífices no han dejado de recomendar las consagraciones familiares al Corazón de Jesús como el medio más eficaz para alcanzar la bendición de Dios y luchar contra los males, cada vez mayores, que atacan a esta pequeña Iglesia doméstica que es la familia cristiana.