Desde la muerte de san Benito, Europa se llena de monasterios, verdaderas ciudadelas de Dios, que se convertirán durante toda la Edad Media en verdaderos focos de espiritualidad, cultura y orden social. Reformas sucesivas mantuvieron viva la llama de estas comunidades, que desde su áspera vida de penitencia, trabajo y oración, concretado en el ora et labora, levantaron y mantuvieron una civilización: la Cristiandad medieval.
Sin embargo, al mismo tiempo, el pecado y la herejía acechaban. Además del desorden moral, el error de la herejía cátara –nueva cabeza de la hidra gnóstica–, confundía al Pueblo de Dios y acentuaba el desorden moral afirmando un doble principio divino: un dios bueno, autor de lo espiritual y lo sobrenatural y un dios malo, autor de lo material, corpóreo. La Iglesia, sin embargo, responde con contundencia. Los predicadores instruyen al pueblo invitándoles a meditar y contemplar la humanidad de Cristo. Cómo Dios abraza y eleva la condición humana a través de la encarnación. Fruto de esto es la inmensa popularidad que tendrá durante el medioevo la devoción a la Pasión de Nuestro Señor, y especialmente el crucifijo y las «cinco llagas».
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