El próximo mes de noviembre tendrán lugar las elecciones presidenciales en Estados Unidos y estamos en pleno periodo de primarias para elegir qué candidatos se enfrentarán. Si en el bando demócrata el actual presidente Biden parece no tener rival, en el republicano el gran favorito es el ex presidente Donald Trump. Sus victorias por amplio margen en los dos primeros estados en los que se han celebrado primarias, Iowa y New Hampshire, indican que avanza imparable hacia la nominación por el Partido Republicano. Si existía alguna duda de que la mayoría de los republicanos consideraban a Trump como una especie de presidente que se presenta a la reelección (y que por ello no tiene rival en las primarias) o de que los procesos judiciales abiertos, lejos de debilitarle galvanizan su base electoral, a estas alturas ha quedado despejada. Trump será el candidato que se enfrente de nuevo a Biden si ninguno de los dos fallece de aquí a noviembre y si los tribunales no se lo impiden a Trump.
Si algo ha quedado también claro es la solidez de la base que apoya a Trump, lo que algunos llaman la “MAGA Crowd” (la muchedumbre MAGA, por el eslogan Make America Great Again), cuyo retrato robot es el de un estadounidense que no vive en una gran ciudad ni tiene estudios universitarios, que ha quedado al margen de las transformaciones económicas ocurridas en las últimas décadas y que vive bajo la espada de Damocles de diversas amenazas. Aquellos «deplorables» de los que hablaba Hillary Clinton lo tienen claro: siguen siendo fieles a Trump y se movilizan como nadie. Ron DeSantis se presentaba como el «Trump aseado y eficaz», la figura que podía dar paso a un trumpismo sin Trump… pero no ha podido superar el problema de que Trump aún no se ha retirado. Nikki Haley, por su parte, con su propuesta de política exterior agresiva y defensa del libre mercado, llega con más de un cuarto de siglo de retraso: la mayoría de votantes del Partido Republicano de hoy es proteccionista y poco partidaria de involucrarse en conflictos lejanos.
El analista Nate Cohn señalaba en el New York Times un dato importante relativo a los resultados de Iowa: Nikki Haley se impuso a Trump «en los distritos donde la mayoría de la población tiene un título universitario». Por el contrario, apenas logró «un 10% en las zonas con menos educación». Trump ha convertido el Partido Republicano en un partido populista con una amplia base de nivel socioeconómico medio-bajo y bajo.
Pero claro, ser nominado candidato es sólo el primer paso; de lo que se trata es de ser elegido presidente. Algunos datos de las primarias de New Hampshire pueden ayudarnos a comprender la situación a la que se enfrentará el candidato Trump. A diferencia de la mayoría de los estados, New Hampshire permite que los votantes independientes, sin afiliación a ningún partido, voten en las primarias. Y si Trump consiguió el 70% del voto de los republicanos, Haley obtuvo el 67% de los independientes, lo que nos recuerda que es difícil ganar las presidenciales apelando sólo al voto de tu base.
El último libro de Patrick J. Deneen, Cambio de régimen, analiza precisamente esta situación. Deneen parte de lo que ido exponiendo desde hace años: el agotamiento del régimen estadounidense y la emergencia de nuevas líneas de fractura políticas que ya no encajan en el esquema de lo que era la derecha y la izquierda en los Estados Unidos de la Guerra Fría. El autor aboga, en lo que es el núcleo de su propuesta, por un cambio de régimen, que lejos de una revolución violenta, consistiría en «el derrocamiento pacífico, pero enérgico de la clase dirigente liberal, corrupta y corruptora y la creación de un orden postliberal en el que las formas políticas existentes puedan seguir existiendo, siempre que un ethos fundamentalmente diferente informe las instituciones y el personal que ocupan los cargos y puestos clave. Aunque superficialmente se trata del mismo orden político, la sustitución del gobierno de una élite progresista por un régimen ordenado al bien común mediante una constitución mixta constituirá un auténtico cambio de régimen».
Si traducimos esto a la realidad de 2024, el plan de Deneen pasaría por una victoria de Trump que abriera las puertas a una nueva clase dirigente, comprometida con el bien común. Pero el mismo Deneen reconoce que, para que esto se haga realidad, es necesario «que un cierto número de traidores de clase actúen en nombre de la amplia clase trabajadora». ¿Será así? ¿Habrá suficientes estadounidenses acomodados que apostarán por Trump como la vía para dar paso a ese nuevo régimen que podría superar la profunda división que Deneen califica como «guerra civil fría»? Es aún pronto para saberlo, pero Trump tendrá que hacer un gran esfuerzo para seducir a ese electorado si no quiere quedarse, de nuevo, a las puertas de la victoria.