Habiéndose, pues, Dios descubierto a la persona que hay motivo para creer que es persona según su Corazón, por las grandes gracias que le ha hecho, ella se me manifestó a mí y yo la obligué a poner por escrito lo que me había dicho. Y esto es lo que, con mucho gusto, he querido copiar de mi mano en el Diario de mis Retiros, porque quiere el buen Dios valerse de mis débiles servicios en la ejecución de ese designio.
«Estando, –dice esta santa alma–, delante del Santísimo Sacramento un día de su octava, recibí de mi Dios gracias excesivas de su amor. Movida del deseo de corresponderle de algún modo y devolverle amor por amor, me dijo: –“No me puedes dar mayor prueba de amor que la de hacer lo que ya tantas veces te he pedido”, y descubriéndome su divino Corazón me dijo: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen para Mi en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que se dedique el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, a una fi esta particular para honrar mi Corazón, reparando su honor por medio de un acto público de desagravios, y comulgando ese día, para reparar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto sobre los altares. Y yo te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor”.
»Pero, Señor mío, ¿a quién os dirigís? ¿A una criatura tan frágil y pobre pecadora, que su misma indignidad sería capaz de impedir el cumplimiento de vuestros designios? Vos que tenéis tantas almas gene rosas para ejecutar vuestros planes.
»–¡Pues qué! ¿No sabes tú, pobre inocente, que yo me sirvo de los sujetos más débiles para confundir a los fuertes; y que de ordinario, sobre los más pequeños y pobres de espíritu es sobre quienes hago brillar con más esplendor mi poder, a fi n de que nada se atribuyan a sí mismos?
»–Dadme, pues, –le dije–, el medio para hacer lo que me mandáis». –Entonces me añadió:
»–Dirígete a mi siervo (el padre de la Colombière) y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón; que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de si mismo para confiar únicamente en Mí»