La compleja función del confesor regio
Los jesuitas, primero franceses, alternados luego con españoles, ocuparon con exclusividad el confesionario regio de la nueva dinastía borbónica durante medio siglo, desde 1700 hasta 1759. Felipe V y Fernando VI, piadosos reyes en su vida privada, se mostraron siempre sumisos al consejo de los padres confesores, quienes, a su vez, secundarían sin mayor reparo la política religiosa dispuesta por la camarilla cortesana.
El padre Antonio Astrain S.J. dedica un capítulo de su Historia de la Compañía de Jesús en su Asistencia de España a la función del confesor real y a los seis jesuitas que la ejercieron en la corte de Madrid. Advierte que la palabra «confesor» podría dar a entender que se ocupaba tan solo de oír las confesiones del rey y de su dirección espiritual, pero dice que ello era lo de menos en su cargo, pues lo grave del oficio consistía en que el padre confesor, como consejero de Estado, era consultado sobre todos los negocios eclesiásticos, y porque el rey se fiaba de su ciencia y conciencia, su dictamen solía prevalecer sobre el resto de su camarilla. Explica Astrain como también utilizaba el monarca al confesor como agente político para temas religiosos y en los conflictos con Roma, que el confesor trataba con el Nuncio, sosteniendo, por supuesto, los derechos de Su Majestad. Tras el Concordato de 1753 pasaba también por las manos del confesor la provisión de obispados vacantes y la colación de toda suerte de beneficios eclesiásticos en el reino, para los que su parecer era prevalente, hasta el punto que el padre Gervasoni S.J. pudo escribir en 1755: «La colación de todos los beneficios eclesiásticos se venía a resolver en la voluntad del confesor».
Jesuitas franceses confesores de Felipe V
En 1700 llegaba a Madrid el príncipe francés de 17 años Felipe duque de Anjou como Felipe V de España. Al despedirle su abuelo, el Rey Sol incluyó en su cortejo al confesor jesuita Guillermo Daubenton que le dirigía desde adolescente, quien nunca olvidaría sus obligaciones como francés desplazado por real orden a país feudatario. Desempeñó su cargo en una primera etapa desde 1700 a 1705, en que previendo Luis XIV conflictos con Roma, lo sustituyó por el también jesuita francés y galicano militante, padre Pedro Robinet. La guerra de sucesión seguía indecisa, y según lo previsto, Clemente XI, presionado por Austria, en 1709 tuvo que reconocer al archiduque Carlos «por rey católico de aquella parte de los dominios que España poseía en Italia». Felipe convocó Junta Magna de Teólogos, controlada por el padre Robinet, «insuflador y sostenedor de la tajante actitud del Rey respecto a Roma», quien ante el dilema planteado por su doble obediencia, optó por seguir las directrices de Versalles y del regalismo antirromano de Melchor de Macanaz, imponiendo a la Junta el cese de relaciones con la Santa Sede, que duraría 8 años. Sólo el valeroso obispo de Cartagena Luis de Belluga y los arzobispos de Toledo y Valencia defendieron al Papa, mientras los demás callaban. Felipe V rompería también relaciones con la Santa Sede en 1718 y en 1736, tranquilizado en ambas ocasiones por el beneplácito del padre Confesor.
El galicano padre Robinet estaba bajo la protección del regalista Macanaz, que proponía una Iglesia de Estado como en Inglaterra. El Santo Oficio, en manos de la Compañía, le abrió proceso y terminó en el exilio, y su protegido Robinet cayó en desgracia. Su actuación ya había concitado general aversión, imputándosele graves cargos que llegaron al General de la Compañía, quien en 1714 abrió investigación reservada a cargo de insignes padres españoles, quienes confirmaron su vida de lujo y buena mesa; reconocían que tenía por irrisoria la teología escolástica en las escuelas de España, y que su proceder causaba aversión a la Compañía. En 1715 el padre Robinet era licenciado.
Para sustituir a Robinet el regente duque de Orleans dispuso retornara al confesionario de su sobrino nieto su anterior titular, padre Daubenton, del que su declarado enemigo Macanaz desde el exilio dice que «cargó con el gobierno del país» actuando como larga mano del Orleans. El padre Astrain, S.J. le defiende en razón a que: «Felipe V era de carácter pueril y de temple enfermizo y melancólico que necesitaba ser conducido por alguien que dominase la situación y guiase con mano firme el timón de la política española», aunque no puede menos de lamentarse: «¡Ojalá el padre Daubenton se hubiera abstenido de responder a las consultas que no eran de conciencia!» Daubenton sería también expeditivamente despedido de la corte en agosto de 1723, y, desconsolado, moría a los pocos días en Madrid. No tenemos constancia de que los confesores jesuitas franceses Daubentón ni Robinet durante el primer cuarto del siglo xvii practicaran ni promovieran en la Corte la devoción al Corazón de Jesús.
El padre Gabriel Bermúdez, primer jesuita español confesor de Felipe V
Para suceder al fallecido padre Daubenton fue elegido ya un jesuita español, el padre Gabriel Bermúdez. Felipe no podía olvidar las últimas palabras de su abuelo Luis XIV al despedirle rumbo a Madrid: «Sed buen español, éste es vuestro primer deber, mas acordaos siempre de que nacisteis francés», y sentía añoranza de su Versalles, trono al que, ante las noticias de la poca salud de Luis XV, podría acceder ahora. Para eliminar el obstáculo de ostentar las dos coronas, decidió abdicar en su hijo Luis de 17 años, quien, como Luis I ocuparía el trono de febrero a agosto de 1724 en que murió de viruela. Se cuestionó si, tras la abdicación, recuperaba la corona su padre Felipe, o si ésta debía pasar a su segundo hijo Fernando, entonces niño. Convocada Junta Magna de Teólogos, ésta resolvió debía gobernar Felipe, pero no como rey, sino como regente, en nombre de Fernando hasta su mayoría de edad. El fallo no fue del agrado del rey, que volvió a ocupar el trono como tal, y el padre Bermúdez, uno de sus firmantes, sería relevado del confesonario en 1726. Tampoco hay noticia de la devoción al Corazón de Jesús en la Corte en tiempos del jesuita padre Bermúdez, que llegarían con el advenimiento al confesionario de su sucesor el padre Clerke.
El padre Guillermo Clerke promueve la fiesta del Corazón de Jesús
El jesuita escocés padre Guillermo Clerke, director del Colegio para sacerdotes ingleses en Madrid, era compañero y amigo del padre José de Gallifet, y como él practicaba la devoción al Corazón de Jesús. Escribe el padre Loyola: «El padre José de Gallifet, deseando obtener de la Sede Apostólica el oficio y misa del Sagrado Corazón de Jesús, tuvo la idea de recurrir al valimiento del Rey Católico, para facilitar el beneficio que se esperaba del Sumo Pontífice», y se dirigía al rey Felipe convencido de que «Nuestro Señor destina a Vuestra augusta persona para procurar al divino Corazón los honores que Él desea se le tributen en todos los reinos de la católica España». Clerke convenció al Rey para que así lo solicitara de Clemente XIII, y Felipe hizo llegar a su agente en Roma el siguiente real despacho: «El padre José de Gallifet, ha dado cuenta ser ya el tiempo oportuno, por lo favorablemente dispuesto que se halla el Papa, en la solicitud del rezo y misa propios para el día de la fiesta del divino Corazón de Jesús… en inteligencia de que S. M. desea el feliz logro de la gracia del rezo y misa propios del día de la fiesta del divino Corazón de Jesús, pase V. S., así con el Papa como con los Cardenales que fueron destinados para el conocimiento de este negocio, los más eficaces oficios en su real nombre, para facilitar su consecución».
En febrero de 1727 el padre Galliffet se dirigía de nuevo al rey de España a través del padre Clerke, rogándole sumara su petición a las ya presentadas para que la fiesta del Corazón de Jesús se celebrara oficialmente en los territorios de las Españas, y, dando por seguro el éxito de tal solicitud, se atrevía a pedirle también que costeara los festejos a celebrar tras tan esperado triunfo. A su recibo Felipe V escribió a Benedicto XIII:
«Beatísimo Padre: Deseando por mi parte concurrir a que se propague la devoción al divino Corazón de Jesús, estoy persuadido de que esto se facilitará concediendo V. Santidad para todos mis Reinos y Dominios Misa y Oficio propio. Por lo que paso a suplicar a V. Santidad con las mayores veras y empeños se sirva dispensarme esta gracia, que espero merecerle con su Santa y Apostólica Bendición, que humildemente imploro a V. Beatitud. Del Buen Retiro a 10 de marzo de 1727. De V. Santidad Muy humilde y devoto Hijo, Don Felipe por la gracia de Dios, Rey de las Españas, de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc., que sus santos pies y manos besa. A mayor gloria de Dios, y del Sagrado Corazón de Jesús».
«El padre Clerke, muy instruido del asunto del Sagrado Corazón de Jesús»
Cuando en 1733 el Corazón de Jesús dispuso dar a conocer su devoción a las Españas por medio del estudiante jesuita Bernardo de Hoyos, le pareció a éste que debía hablarse al rey; lo refiere su director el Padre Juan de Loyola: «Teníame Bernardo a mí cerca de la corte, que por este tiempo hacía su asiento en el real sitio de San Ildefonso. Vivía yo en nuestro colegio de Segovia, y por mi empleo de Rector, visitaba a veces al padre Guillermo Clerke, de nuestra Compañía de Jesús, confesor de Su Majestad. Por medio de este padre había solicitado y conseguido el padre Gallifet la carta de nuestro Rey, y no podían ser más oportunas las circunstancias para renovar la súplica al padre confesor, y poder éste sin violencia hablar a nuestro piadosísimo monarca del asunto del Sagrado Corazón de Jesús. Tomé a mi cargo hablar al padre confesor y suplicarle se dignase interesar el poderoso influjo de Su Majestad en lo mismo que pocos años antes había pedido». Como el Reverendo padre Clerke estaba mucho más instruido en este asunto que los mismos que lo solicitaban, ofreció benignamente sus poderosos influjos. El padre Clerke moría en 1743, y a Astrain no le consta que por entonces mediante el rey se adelantara gran cosa en este asunto, y menos en los últimos años de Felipe V y primeros de Fernando VI, en que ocupó el confesonario el jesuita francés padre Jaime Lèfevre.
El Padre Francisco de Rábago, último jesuita confesor regio
El 9 de julio de 1746 moría Felipe V, y en abril siguiente su bondadoso hijo Fernando VI despedía al padre Lefèvre, y a propuesta de su ministro de Estado José de Carvajal, erasmista y suscriptor de La Enciclopedia, llamaba al confesonario al jesuita santanderino padre Francisco de Rábago y Noriega, integrándole en el grupo regalista de la camarilla regia. Hidalgo cántabro, Rábago entró muy joven en la Compañía y su talento le llevó a desempeñar cátedras de teología en España y en el Colegio Romano. Rector del colegio de San Ambrosio en Valladolid, el estudiante Bernardo de Hoyos le dio a conocer la devoción al Corazón de Jesús.
En 1745 los obispos reunidos en Concilio Tarraconense habían renovado su demanda de 1738, suplicando a Benedicto XIV para sus diócesis y la Iglesia universal la Misa y el Oficio del Corazón de Jesús, sin obtener tampoco respuesta. Con la llegada de Rábago creyeron poder lograrlo, pues había conocido directamente de su alumno Bernardo de Hoyos la devoción al Corazón de Jesús y había seguido su primera extensión y las gestiones de su predecesor padre Clerke ante Felipe V pidiendo la fiesta para España.
Confesor de Fernando VI en abril de 1747, pasó ya por sus manos aquel verano la decisión del rey de enviar al embajador en Roma el siguiente despacho: «De orden de su Majestad, se servirá V.E. pasar en su real nombre los más eficaces oficios con el Papa, a fin de que conceda que el rezo y misa formados y publicados para el culto del Sagrado Corazón de Jesús, se extienda para todos los reinos de esta Corona». El 13 de julio el embajador daba cuenta de su fallida gestión ante Benedicto XIV, quien le recordó como siendo Promotor de la Fe se había opuesto a la fiesta, no queriendo pasar por buratino, esto es, inconstante, concediendo ahora lo que antes había impugnado … que para consolar la devoción de S. Majestad estaba presto a conceder la extensión del oficio de las Llagas; y debo decir que en el tono con que me habló, reconozco se encontrará siempre resistencia en S. Santidad para la concesión del Oficio y Misa del Corazón de Jesús.» Así sería durante once años hasta su muerte en 1758.
La Orden de la Visitación llega a España
Dos años después, en 1749, intervino sin duda el confesor padre Rábago en que la Orden de la Visitación de Santa María, encargada de dar a conocer junto a la Compañía la devoción al Corazón de Jesús, fundara en Madrid su primer monasterio en España, siendo sus protectores los reyes Fernando y Bárbara, quienes con la reina madre Isabel de Farnesio, se inscribieron en la Cofradía del Sagrado Corazón del Colegio Imperial. La reina hizo venir a las salesas para que, al modo francés, educaran a las hijas de las grandes familias de la corte y grandes de España. Los reyes mandaron construir un monasterio de gran esplendor que se llamó las «Salesas Reales», en el que permanecieron hasta que en 1870 fueron expulsadas, pasando el suntuoso edificio a ser el actual Tribunal Supremo.