«El abatimiento es condición necesaria para la elevación; cuando la humanidad se inclina confesando su miseria y conociendo su nada, entonces vuelve a levantarse hasta una altura proporcionada a su abatimiento, y todo se levanta con ella y vuelve a subir hacia Dios.» Así finaliza el artículo del cual extractamos algunos párrafos y que fue publicado en Cristiandad en marzo de 1948 en el que se reflexionaba sobre el «callejón sin salida» a la que había llegado la filosofía actual. Filosofía que, alejándose de la Verdad, se ha exaltado, se ha enorgullecido a sí misma hasta volverse un sinsentido, al haber perdido los principios que la sustentaban. Frente a este ensoberbecimiento del hombre que se olvida de Dios, qué importante es recordar que somos criaturas, y frente al orgullo humano, es necesario contemplar la humildad de Dios, que no viene a anular nada de lo que nos ha dado, sino que como afi rmaba santo Tomás, de cuya canonización celebramos este año el VII centenario; “la gracia no anula la naturaleza, sino que la supone y la eleva”».
La separación de Dios
EL orgullo comienza por la separación de Dios, y viene a ser el principio de toda decadencia humana; porque el principio y el origen de ésta es el mal que nace en el hombre mismo, dado que, así como el progreso moral consiste en caminar en el bien, la decadencia moral consiste en caminar en el mal… Ahora bien: lo que se encuentra en el origen de todo mal moral es el orgullo, nada más que el orgullo;
y a esas palabras de la Sagrada Escritura: «El principio del orgullo es la separación de Dios», corresponden magnífi camente estas otras, escritas en la misma página: «El principio de todo pecado, esto es, de todo mal moral, es el orgullo». Nada hay, pues, más cierto: el monstruo vivo que devora todo progreso y produce toda decadencia, es el orgullo.
La muerte de la verdadera ciencia
¿Qué progreso podéis realizar con el orgullo? ¿Será acaso el progreso en la ciencia? No, señores: el orgullo es el golpe más mortal que puede darse a la verdadera ciencia. La primera condición para adelantar en el camino de lo verdadero y para engrandecerse científi camente, es reconocer que se sabe poco o que no se sabe nada. El que desee llegar a ser verdadero sabio, debe confesar ante
todo que no puede comprenderlo y saberlo todo; el mayor triunfo del sabio es llegar hasta el límite en que se detiene ya su pensamiento. Pero esto es lo que el orgulloso no puede sufrir, porque aspira a comprenderlo todo y a saberlo todo; con lo cual deja de comprender y se hace incapaz de saber bien.
El imperio del absurdo
¿Sabéis lo que es, bajo el punto de vista de la verdadera fi losofía, la independencia absoluta de la razón? Pues es la conciencia cortada por su misma base, es la razón que, extraviada ¿Queréis que todo vuelva a levantarse? Pues bajaos. Con la humildad cristiana se levanta la fi losofía, se levanta la literatura, se levanta la sociedad y la industria misma sigue su curso de un modo regular, legítimo y
fecundo. por el orgullo, se da a sí misma un solemne mentís. La independencia absoluta de la razón es un atributo divino que se quiere adjudicar a la naturaleza humana; es la razón creada por Dios, a la que se intenta despojar violentamente de la condición propia de todo ser creado; es decir, de la dependencia del creador: es la facultad sin reglas, el poder sin límites; es decir, el absurdo, y siempre el absurdo, que alistado bajo otra bandera vuelve a entrar en el imperio del saber para producir en él ruinas semejantes y a precipitar tarde o temprano esa razón independiente y que no se somete a
reglas, bajo el despotismo del error y en el abismo del absurdo.
La literatura del egoísmo
¿Qué progreso podéis hacer con el orgullo? ¿Será acaso el progreso en las artes? ¿Será en las letras? No, señores; porque el orgullo, así como inspira el odio a la verdad, también inspira el desdén hacia la verdadera belleza. El orgullo en las artes y en las letras produce como efecto casi inevitable la tendencia a destruir lo ideal y a suprimir la regla. Así como no quiere reglas para pensar tampoco
las quiere para expresar el pensamiento. Y así como quiere que toda la verdad salga de él, quiere que toda belleza esté hecha a su imagen… Por eso en vez de salir de sí propio y de colocarse en la esfera de lo universal para juzgar o realizar lo bello, se concentra en el yo, se fi ja por completo en lo individual, en lo particular, en lo personal… De aquí dimanan esas aberraciones artísticas y literarias de los hombres de genio, hijas de esas otras aberraciones que produce en el alma un orgullo desmedido.
El reinado del orgullo
¿Qué otro progreso podréis hacer con el orgullo? ¿Por ventura no nos quedará alguno siquiera, para consolarnos de tantas decadencias, de la decadencia científi ca, de la decadencia literaria y de la decadencia social? Aquí oigo al siglo que clama: sí; nos queda un progreso, y ése nos valdrá por todos; tal es el progreso en la materia, el globo terrestre perfeccionado por el genio del hombre y convertido en un paraíso, en un cielo. Aunque nos falten todos los demás progresos, ése no se nos escapará.
¿Estáis bien seguros? ¿Creéis que ese orgullo, que ha destruido todos los demás progresos, respetará siquiera vuestro progreso material? No; mil veces no; porque el orgullo hará desviar de su ruta el progreso material, como se desvía el convoy del carril, para arrojaros al abismo… ¡oh, reyes del progreso material! tened cuidado con vuestro orgullo. Si no buscáis en la humildad cristiana el secreto del verdadero progreso, he aquí lo que os anuncio: Ese reinado de la materia, único que ambicionáis, se escapará de vuestras manos; el progreso material se irá también de entre vosotros.
Caeréis desde los esplendores de esa regia y soberbia dignidad hasta más abajo de la humanidad misma. No tan sólo no seréis como dioses, sino que ni aun seréis como hombres: seréis expulsados, o más bien os expulsaréis a vosotros mismos de las fronteras de la verdadera civilización, y la barbarie
será vuestro patrimonio; porque, no os engañéis, el reinado del orgullo en la humanidad es la barbarie misma. Sí; en esa terrible pendiente por la que el orgullo al exaltarse arrastra a la humanidad, todo se precipita hacia la ruina, envuelto en la decadencia moral: la ciencia, las letras, las artes, la sociedad y el progreso material mismo.
¿Queréis que todo vuelva a levantarse? Pues bajaos. Con la humildad cristiana se levanta la fi losofía, se levanta la literatura, se levanta la sociedad y la industria misma sigue su curso de un modo regular, legítimo y fecundo: de ese modo se realiza el progreso en todas partes. Así es preciso que sea: el abatimiento es condición necesaria para la elevación; cuando la humanidad se inclina confesando
su miseria y conociendo su nada, entonces vuelve a levantarse hasta una altura proporcionada a su
abatimiento, y todo se levanta con ella y vuelve a subir hacia Dios.