Hablábamos en el número pasado de las fuertes protestas que habían estallado en China a raíz de la aplicación sostenida en el tiempo de la llamada política «Covid cero». Y es que la situación que se vive en China se asemeja cada vez más a un gran experimento social (uno más, después del Gran Salto Adelante o de la Revolución Cultural), con visos de acabar mal, como siempre sucede en este tipo de experimentos, y en el que el régimen chino intenta mantener en la opacidad la información más básica. De hecho, a finales de diciembre el gobierno chino dejó de publicar datos diarios relativos a la pandemia de Covid19. En su último informe informaba de un total de 4.100 nuevos casos de contagio con ninguna muerte, unas cifras que nadie, ni el propio gobierno, cree. Nada nuevo, pues los datos que ofrece China sobre la pandemia desde que el virus apareció en escena hace ya tres años son inverosímiles.
Con casi 1.500 millones de habitantes, China sólo reconoce algo más de 400.000 contagios y 5.200 fallecimientos. Unas cifras sin ninguna credibilidad: la India, con una población similar a la de China, ha confirmado hasta la fecha 45 millones de contagios y más de medio millón de muertos, mientras que los Estados Unidos, con 330 millones de habitantes, contabilizan 102 millones de contagios y 1.116.000 fallecimientos.
Hasta el momento no hay pruebas de que los chinos tengan un sistema inmunitario diferente, por lo que hay que suponer que el coronavirus les afecta de la misma manera que a cualquier otro ser humano. Se sabe además que desde el mes de noviembre los hospitales están abarrotados, los crematorios no dan abasto (un corresponsal del Financial Times informaba de que los pedidos de urnas funerarias son seis veces superiores a la media) y las farmacias están desabastecidas, pero nada de esto aparece en la prensa oficial, que sigue transmitiendo un mensaje triunfalista de cómo el Partido Comunista ha conseguido vencer al virus.
Las protestas, que como ya señalamos, degeneraron en muchos casos en abiertas revueltas que no se recordaban desde hace mucho llevaron al gobierno de Xi Jinping a abandonar de forma abrupta la denominada política de «Covid cero», cuyo objetivo era identificar, aislar y suprimir cualquier brote que se presentase. De hecho, durante los últimos tres años los chinos han vivido en un permanente estado de excepción sometidos a todo tipo de confinamientos, restricciones de movilidad y testeos masivos. Se ha llegado a confinar a ciudades enteras y a forzar el ingreso de miles de personas en centros de cuarentena. El país, entretanto, ha permanecido cerrado, haciendo muy complicado entrar y salir de él.
El fin de esta política se debe, en efecto, a las masivas protestas, pero también a sus efectos en la economía china: se han sucedido los cierres de fábricas, terminales portuarias y centros de transporte, perjudicando seriamente al comercio internacional del que tan dependiente es China. Forzados por la presión económica, la nueva situación ha provocado una explosión de contagios que está saturando nuevamente los hospitales: al mantener confinada a la población durante tanto tiempo se impide que ésta vaya inmunizándose gradualmente y se provocan puntas de contagios. Además, la vacuna Sinovac, que tiene el monopolio en China, ha resultado ser una de las más ineficaces. Pero el régimen no puede reconocerlo, pues expondría en público el fracaso de la política impulsada por el Partido Comunista Chino que, como se sabe bien, no se equivoca nunca.
Y una victoria con consecuencias
No todo han sido reveses judiciales: la nominación del juez Neil Gorsuch como nuevo miembro del Tribunal Supremo es la primera victoria significativa de Trump. Gorsuch tuvo que enfrentarse a la actitud radicalmente obstruccionista de la minoría demócrata en...