Recientemente ha publicado la agencia Reuters una investigación de las que nos dejan helados. Sabemos que las guerras dejan tras de sí dramas humanitarios que muchas veces son desagradables de leer. También estamos acostumbrados a estar pendientes de guerras o causas «mediáticas» que aparecen en las portadas de todos nuestros periódicos, sobre todo cuando éstas ocurren cerca de nuestras fronteras. Sin embargo, en el mundo también ocurren tragedias diariamente que, ya sea porque nos quedan lejos o porque desgraciadamente ya estamos acostumbrados, parece que no nos interese hablar de ellas y que no sean dignas de abrir telediarios.
Como decíamos, según ha publicado la agencia Reuters, desde el 2013 el ejército nigeriano ha venido conduciendo un programa de abortos masivos sistemático, ilegal y secreto en el noreste del país que ha dejado, por el momento, más de 10.000 víctimas entre mujeres y niñas que habían sido secuestradas por el grupo terrorista islámico Boko Haram y nonatos abortados por los soldados.
A modo de contexto histórico, Boko Haram nació en el noreste de Nigeria hace dos décadas como grupo fundamentalista islámico. Tras el asesinato de su fundador en 2009, empezó a ser considerado un grupo terrorista que ganó fuerza bajo el liderazgo de Abubakar Shekau. Seguramente una de las acciones de Boko Haram más conocidas internacionalmente fue el secuestro de 276 niñas en 2014 en Chibok, un pueblo nigeriano. Desde su creación, se viene librando en el país una guerra entre el ejército de Nigeria y el grupo islamista.
La investigación, basada en una serie de entrevistas y recogida de pruebas por algunos periodistas desplazados, ha atestiguado cómo la mayoría de esos abortos, practicados por el ejército nigeriano, además de ser llevados a cabo sin el consentimiento de las mujeres (ni por supuesto el de sus hijos), se han practicado a mujeres de hasta ocho meses de embarazo e incluso sobre niñas de doce años.
El modus operandi parece bastante claro. Estas mujeres, la mayoría de las cuales habían sido liberadas por el ejército de alguna base de Boko Haram, eran custodiadas durante días o semanas para ser supuestamente «examinadas médicamente» y recuperarse de su secuestro. Cuando se identificaba a alguna embarazada entre ellas, le suministraban pastillas o inyecciones, diciéndoles que esas medicinas les ayudarían a recuperar su salud y a prevenir enfermedades. La realidad es que esas supuestas curas eran normalmente fármacos como el misoprostol o la mifepristona, utilizados frecuentemente para provocar abortos induciendo contracciones de parto, u oxitocina, utilizada frecuentemente en los partos pero que, administrada antes del momento adecuado, conduce inevitablemente a un aborto. Asimismo, se ha identificado la práctica de abortos quirúrgicos mediante aspiración al vacío o dilatación.
El aborto, que es ilegal, está muy mal visto en Nigeria, tanto en el sur, de mayoría cristiana, como en el norte, de mayoría musulmana. En el norte, cualquier persona culpable de participar en un aborto, incluida la mujer, puede ser acusada de un delito grave y condenada a hasta 14 años de prisión. Esto explica que este programa fuera ejecutado en el máximo secreto. Frecuentemente se ocultaban las prácticas incluso a compañeros del mismo hospital. Para ello, se solía ingresar a las mujeres embarazadas en alas diferentes de los hospitales, separadas de los otros pacientes, y sus nombres eran anotados en registros separados.
No parece estar completamente esclarecido quién ha sido el creador de este programa dentro del ejército o del gobierno. Sin embargo, los soldados consultados aseveran que recibían órdenes de sus superiores afirmando que el programa era necesario para destruir a los «terroristas revolucionarios» antes de que nacieran, ya que por el bien de la madre como del niño que llevaba en su vientre, que iba a tener a un padre islamista que fácilmente podría radicalizarlos en el futuro.
Los testimonios recabados son numerosos y detallados, aunque probablemente se olvidarán en el torbellino de la historia que nos deja indiferentes o que no conviene remover demasiado. Es poco probable que esta investigación derive en alguna consecuencia para sus artífices, pero lo que está claro es que poco podrá hacerse por sus más directas víctimas: los nonatos asesinados y sus madres.
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