El Líbano es aquel siempre frágil milagro de coexistencia entre diferentes grupos religiosos que cada
vez más está más erosionado, si es que aún sobrevive algo de lo que en su día fue un modelo para muchos. Las últimas elecciones libanesas han supuesto un cambio: Michel Aoun, el presidente cristiano maronita tradicionalmente aliado del partido chiíta Hezbolá ha perdido una importante parte de su apoyo
electoral como consecuencia del crecimiento del partido cristiano de la oposición, las Fuerzas Libanesas
lideradas por Samir Geagea. En este vuelco electoral, que acaba con las mayorías vigentes hasta ahora, ha tenido un importante peso la intensa crisis económica libanesa iniciada en 2019 por al exceso de deudas y que se agravó con la pandemia, el colapso de los ingresos turísticos y, finalmente, la
explosión de un depósito de nitrato de amonio en Beirut que devastó el puerto comercial, destruyendo también el principal puerto de entrada para todas las importaciones. Una tormenta perfecta que provocó una de las tres peores crisis económicas del mundo en los últimos 150 años, según la estimación del Banco Mundial, con una contracción del PIB superior al 40%. La expectativa para estas elecciones
era conseguir un gobierno estable que pudiera negociar los préstamos con el Fondo Monetario
Internacional. Bajo la constitución vigente, el reparto de cargos se hace de este modo: el primer ministro
debe ser un musulmán suní, el presidente es siempre un cristiano maronita (Michel Aoun, desde 2016) y
el presidente del parlamento un musulmán chiíta. Hasta ahora el parlamento estaba dominado por el partidochiíta Hezbolá, aliado de Irán y con una milicia, más poderosa que el propio ejército regular, arraigada en el sur del país. La novedad en estas elecciones ha sido la aparición de nuevos partidos y políticos independientes, alimentados por el hartazgo ante la crisis que vive el país y que se han ido desarrollando de la mano de las protestas que han sacudido el Líbano los últimos años.
Hezbolá ha conservado sus escaños, pero sus aliados cristianos del partido de Aoun han perdido terreno, haciendo que la coalición liderada por el partido chiíta haya perdido la mayoría parlamentaria. Siendo la milicia chiíta la única que ha conservado sus armas tras la guerra que asoló el Líbano de 1975 a 1990, el líder de las Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, ha hecho de este asunto su caballo de batalla y exige el desarme de las milicias chiítas. Este hecho, y la capacidad de Hezbolá para imponer su
criterio por la fuerza, es el motivo de que muchos de los diputados independientes se plieguen a las órdenes de la milicia chiíta. Así, la cuestión de quién detenta la soberanía, si el Estado libanés o las milicias que controlan de facto el territorio, va a ser determinante para el futuro del país con la comunidad cristiana más numerosa (en torno a un 40% de su población) de Oriente Próximo.
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