China, además de ser el foco desde donde se extendió por todo el mundo la pandemia de covid-19 es el país donde la llamada política «covid cero» se ha llevado hasta sus últimas consecuencias, decretando numerosos confinamientos cada vez que en algún lugar se detecta un aumento de contagios. Una política que ha tensionado el país hasta extremos que no se recordaban y que ha hecho estallar numerosas protestas que han degenerado en abiertas revueltas, precisamente cuando, justo después del Congreso que ungió presidente a Xi Jinping para un tercer mandato sin precedentes, todo parecía estar bajo control.
Las causas de las revueltas son, como siempre, múltiples, pero en ellas tiene un protagonismo especial la desesperación de la gente ante las draconianas medidas impuestas en China. Ya en octubre se sublevó un barrio pobre de Cantón y luego, el mismo mes, los trabajadores de Foxconn en Zhengzhou, que huyeron de su fábrica convertida en prisión durante un mes de cuarentena, convirtiéndose la huída en revuelta cuando los trabajadores recién contratados también se rebelaron. Las retransmisiones del Mundial de fútbol celebrado en Qatar contribuyeron también al descontento. La televisión estatal ha eliminado o pixelado cuidadosamente las imágenes del público asistente sin mascarillas, pero no han podido evitar que se filtraran imágenes de aficionados festejando con total normalidad, lo que llevó a muchos chinos a preguntarse si tenía sentido el estricto escenario «covid cero» impuesto por el régimen comunista.
Las protestas adquirieron alcance nacional tras un incendio en Urumqi, capital de la Región Autónoma de Xinjiang. Habitada por la minoría musulmana uigur, la región ya está sometida a un régimen especial de vigilancia y el confinamiento es más estricto que en otros lugares. Desde agosto de este año, en Urumqi está en vigor el confinamiento, donde un incendio declarado en los pisos superiores de un edificio causó la muerte de diez personas. Dos posibles causas impidieron el rescate de las víctimas: se especula que o bien el edificio estaba sellado desde el exterior, algo usual en el modo de aplicar el confinamiento en China, o bien los bomberos intervinieron muy tarde debido a los controles establecidos. En cualquier caso, esta masacre, que podría haberse evitado, fue la gota que colmó el vaso.
Espoleadas por el incendio de Urumqi, las protestas se extendieron como un incendio a unos cincuenta campus universitarios y a una docena de ciudades, entre ellas Pekín, Wuhan, Chengdu, Nanjing, Zhengzhou y Cantón. En Shanghai tuvieron lugar las manifestaciones más numerosas y, algo inédito, se corearon consignas pidiendo la dimisión de Xi Jinping, lo que en China es considerado delito y conlleva severas penas de prisión.
La reacción del régimen comunista chino ha sido un despliegue masivo de fuerzas policiales y la represión más atroz, con numerosas detenciones. Aplicando la tecnología de vigilancia que posee China, es probable que no quede impune ninguna de las acciones de los implicados en las protestas. Tampoco parece claro que estas revueltas vayan a debilitar a Xi Jinping, que puede aprovecharlas para reforzar aún más su autoridad, destituyendo a quienes considere que supuestamente no han cumplido con su deber y que, muy probablemente, serán aquellos que aún no le rinden total pleitesía. En cualquier caso, estos estallidos sociales demuestran, por un lado, que el comunismo chino no es tan universalmente aceptado como muchas veces se pretende y, por otro, cuestionan la política de confinamientos, también los que se impusieron en el resto del mundo, que China ha llevado hasta sus últimas consecuencias pero que también provocó situaciones problemáticas.
También un adolescente está camino de los altares
Según recoge Aciprensa, el papa Francisco aprobó el pasado 5 de mayo, junto a la declaración de las virtudes heroicas de los sacerdotes italianos Francesco Caruso (1879-1951) y Carmelo De Palma (1876-1961), del sacerdote redentorista español Francisco Barrecheguren Montagut...