Giulio Meotti, periodista y autor de una docena de libros, ha sido entrevistado para El Debate por José Mª Sánchez Galera en un diálogo que no deja indiferente:
Varios intelectuales franceses han acuñado la expresión «Modernidad tardía» para referirse a nuestro
tiempo. ¿Vivimos de verdad en una época de decadencia, o más bien en la invasión de los bárbaros?
–Es una época de decadencia y de desintegración. La figura del padre se ha desplomado en Occidente.
Se ataca la maternidad, mediante la «bioética» que ahora se emplea para desmantelar la ética aristotélica y judeocristiana. El aborto se ha establecido como un derecho humano. La diferencia sexual es ahora un cliché, y el transgénero se va difundiendo, sin oposición alguna, por medio de la escuela, de los periódicos, de la televisión y los Parlamentos.
Es una época nunca vista antes: frívola, perversa, que no admite disenso, en la cual se prende fuego al
viejo mundo en nombre de los «derechos ». Viejo, cada vez más viejo, incluso físicamente. El derrumbe de la tasa de natalidad es el elefante en la cristalería de la posmodernidad.
–Las universidades son las primeras que destierran a Homero y a Cicerón, y a todos los «hombres
blancos muertos»…
–Aún no nos hemos dado cuenta de lo que está sucediendo: ahí se está formando a la clase dirigente
del mañana en nombre de esta revolución nihilista. La universidad, los periódicos, el gran capital woke,
los intelectuales, la política, todos están sometiendo a Occidente a un juicio sumarísimo. Eso de «whiteness» —también llamado «privilegio blanco»— no es más que una denominación que le han dado a la civilización, para colarnos, so pretexto de la inclusión, un fascismo de verdad y con todas las letras. Odian profundamente la historia. Cancelan todo, desde William Shakespeare hasta Isaac Newton… Y nosotros, los europeos, debido a una actitud de sumisión cultural, también aceptaremos esta «importación».
–Por otra parte, los llamados «nuevos europeos» no suelen mostrar ningún apego por la cultura
europea, y prefieren mantener el estilo de vida y tradiciones de sus países de origen.
–El otro factor de desintegración es el islam. Francia, Bélgica, Suecia, Holanda, Londonistán… todos están «perdidos», en el sentido de que hemos sobrepasado el umbral de lo reversible y dentro de una generación tendrán minorías islámicas del 20-30%. Ya son así hoy muchas de sus ciudades. ¿Qué pensamos que va a suceder entonces? En el mejor caso, la balcanización, la libanización.
En el peor caso, la guerra civil. Pero no lo creo. Se necesitan dos bandos para emprender una guerra. De todos modos, ahora el mero análisis de esta realidad constituye un crimental orwelliano: a uno lo acaban excluyendo de la sociedad «respetable».
–Usted denuncia que líderes islámicos, como Erdogan, fi nancian la construcción de mezquitas en Europa, mientras que la presencia cristiana en Oriente Próximo va menguando cada vez más sin remedio.
–Erdogan es el nuevo Jomeini, pero más peligroso, porque tiene un pie dentro de la OTAN y otro en
el umbral de la UE. Hostiga a los armenios en Karabaj, ocupa la mitad de Chipre, está presente en Libia, en Siria, y en Europa construye centenares de megamezquitas, en Colonia, Estrasburgo, Ámsterdam. Es el lobo islamista disfrazado de cordero e la demokratura. Ha quedado del
todo evidente cuando volvió a dedicar a Alá la basílica de Santa Sofía después de 80 años.
–¿La esperanza que le queda a la Europa cristiana (Roma, Atenas, Jerusalén) son las semillas de mostaza cuyos frutos tardarán dos o tres generaciones en verse?
–Tenemos que atravesar un largo período de escombros y caos, de turbación, y esperar que el ser
humano recuerde. Recuerde ¿qué? Que es una persona, que es hijo de un padre y de una madre, que huella una tierra fruto del trabajo y de la cultura de sus antepasados, y que, a la postre, lo único que dejará en esta tierra son nuestros hijos, no sus vanidades ideológicas. Si recuerda esto, será suficiente para que renazca la esperanza.
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