La muerte del sacerdote y teólogo heterodoxo Hans Küng ha suscitado numerosos elogios, especialmente entre aquellos más alejados de la Iglesia. Pero también han aparecido voces bien fundadas que han corregido la imagen «rosa» del teólogo suizo.
Mons. Martínez Camino, desde las páginas de ABC, señalaba que «en el mundo teológico, Hans Küng no fue ni mucho menos tan indiscutido como lo fue y lo es para ciertos periodistas. La Congregación para la Doctrina de la Fe no se encontraba sola cuando consideró necesario declarar que la enseñanza de Hans Küng no reunía las condiciones para ser considerada católica y que, por tanto, no podía seguir enseñando en una Facultad de Teología católica. Por cierto, que tal declaración, no se publicó unilateralmente, sino después de casi diez años de avisos y de intentos frustrados de diálogo”. Su negación de que Jesús de Nazaret fuera el Hijo eterno de Dios es el error del que nacen todos los demás errores sostenido por Küng.
Concluye Mons. Martínez Camino con estas luminosas palabras: «Küng cree en Dios y en la vida eterna. Pero, al modo de Arrio. Por eso resulta aceptable y simpático para la cultura sin Dios, puramente centrada en el hombre. Por lo mismo por lo que, paradójicamente, el islamismo —también interpretable como un modo de arrianismo— resulta tantas veces más aceptable para el humanismo antropocéntrico que la fe de la Iglesia católica.
Para ser un gran teólogo no basta con haber escrito mucho y formalmente bien sobre Dios. Los grandes teólogos son aquellos, como de Lubac, von Balthasar, Guardini o Ratzinger, en el siglo xx; como Newman o Möhler, en el xix; o como un Agustín de Hipona en la antigüedad y un Tomás de Aquino en el medievo, que recogen creativamente la fe de la Iglesia y la hacen cultural y vitalmente fructífera en su tiempo. Quienes, en cambio, como Arrio, escriben mucho y exitosamente, pero son más deudores de la cultura dominante que del testimonio eclesial no pueden entrar en esa categoría».
George Weigel, por su parte, en la revista estadounidense First Things, escribía al respecto:
«Durante y después de los años del Vaticano II, Hans Küng inventó y luego explotó un nuevo tipo de personalidad: el del teólogo católico disidente como estrella mediática internacional. Guapo, elocuente y fiable portavoz de la causa progresista del momento, Küng fue uno de los primeros intelectuales católicos en darse cuenta de que la prensa mundial no podía resistirse a un pensador católico que desafía la doctrina de la Iglesia y lo hace de forma que confirma los sesgos culturales progresistas.
[…]Hans Küng fue admirablemente claro en su posición: no creía que fuera cierto ni enseñaba como tal lo que la Iglesia católica enseñaba definitivamente como verdad. Por eso no debió sorprender a nadie cuando, el 15 de diciembre de 1979, la Congregación para la Doctrina de la Fe le dio la razón al padre Küng, declaró que “no podía ser considerado un teólogo católico” y le retiró el mandato de enseñar como “profesor de teología católica”. El episcopado alemán se mostró de acuerdo con la decisión de la CDF, que reflejaba la convicción católica de fondo de que, gracias a la inhabitación del Espíritu Santo, la Iglesia permanece en una verdad que puede articular con autoridad.
Las últimas décadas de la vida de Hans Küng estuvieron marcadas por amargos ataques al papa Juan Pablo II y al papa Benedicto XVI, aunque este último, siempre un caballero cristiano, invitó a su antiguo colega de Tubinga a compartir una tarde con él en Castelgandolfo, poco después de su elección. En algunos momentos esas polémicas antipapales descendieron al vertedero tóxico de la calumnia, sobre todo por la incapacidad de Küng de liberarse de los mantras liberales en cualquier tema, desde el aborto al SIDA, pasando por las relaciones católico-islámicas o la investigación con células madre, un historial lamentable para un hombre inteligente.
Aquella advertencia era acertada: la fama es peligrosa. Por eso Hans Küng pertenece más a la historia de la publicidad que a la de la teología».
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