Vuelve la guerra al Cáucaso, esta vez por el control de la pequeña región montañosa de Nagorno-Karabaj, situada entre Armenia y Azerbaiyán, uno de los muchos conflictos «congelados» que siguieron al colapso de la Unión Soviética.
Tras una serie de incidentes poco claros, Azerbaiyán ha desatado una ofensiva que ya ha causado centenares de muertos para tomar el control de esa región poblada mayoritariamente por armenios, pero en realidad el conflicto tiene mayor alcance: Azerbaiyán cuenta con el apoyo de una Turquía abiertamente
expansionista, mientras que Armenia puede contar con la protección de Rusia. Como en la Guerra Fría, estamos ante una guerra entre dos potencias a través de naciones interpuestas.
De hecho, el presidente de la República Armenia de Karabaj se ha expresado en estos términos: «No se trata de una guerra entre Karabaj y Azerbaiyán, o entre Armenia y Azerbaiyán. Es una guerra directa de Turquía y sus mercenarios junto a los 10 millones de azerbaiyanos contra los 3 millones de armenios».
Según Asia News muchos de esos “mercenarios” provienen de los islamistas derrotados en Siria y
ya alcanzarían la cifra de 4.000. La República de Karabaj, habitada por armenios cristianos, está situada
en el sureste de Azerbaiyán, una nación de mayoría musulmana chiíta. El conflicto es, pues, tanto étnico
como religioso. La comunidad internacional nunca ha aceptado ni la independencia de Karabaj ni su unificación con Armenia, aunque de facto el territorio está controlado por los armenios. Esta población armenia de Nagorno-Karabaj no está dispuesta a ser anexionada por Azerbaiyán, país al que según el derecho internacional pertenecen, recordando lo ocurrido durante el genocidio armenio. En la segunda fase del mismo, cuando en otoño de 1918 los rusos se retiraron del Cáucaso, los otomanos pudieron avanzar y crear en Azerbaiyán un Ejército Islámico bajo las órdenes de Enver Pachá dedicado a exterminar a los armenios: sólo en Bakú, la capital, hubo 30.000 muertos, y en todo Azerbaiyán se estima que 100.000 armenios fueron asesinados. Más adelante, en 1920, cuando el fundador de la Turquía moderna, Kemal Ataturk, rechazó el Tratado de Sèvres y volvió a ocupar las regiones armenias de Anatolia oriental, se completó la limpieza étnica con la masacre de 71.000 armenios más.
Los soviéticos pasaron a ser señores del Cáucaso de 1920 a 1991, controlando tanto Armenia como
Azerbaiyán. En 1923 Stalin decidió incorporar Nagorno-Karabaj a Azerbaiyán para asegurar su continuidad territorial, con independencia de que la mayoría de los habitantes de la región fueran armenios. Las tensiones se hicieron endémicas y se hicieron más intensas a partir de 1988, cuando NagornoKarabaj votó a favor de la reunificación con Armenia.
El Politburó de la Unión Soviética, traicionando sus promesas, rechazó la petición de cambiar las fronteras. La situación degeneró en los enfrentamientos de Askeran, cuando manifestantes azerbaiyanos se enfrentaron a armenios con el resultado de dos muertos azeríes. Como represalia se desató la caza al armenio
en Bakú, donde murieron decenas de ellos. A principios de 1990 se desató una nueva ola de pogromos
contra los armenios, detenida cuando divisiones acorazadas rusas invadieron Bakú en lo que los azeríes
llaman la masacre del «Enero Negro», que se habría cobrado al menos 300 víctimas. El año 1991 asiste a
la explosión de la Unión Soviética y la constitución tanto de Armenia como de Azerbaiyán; el conflicto de
Nagorno-Karabaj estalla inmediatamente después. El conflicto terminó en 1994 con un balance de 30.000
muertos y la victoria de los armenios, que acabaron controlando la región de Nagorno-Karabaj y los enclaves circundantes necesarios para su defensa, lo que significaba la pérdida del 20% del territorio de Azerbaiyán que ahora quiere recuperar.
La ofensiva bélica se enmarca en el contexto del expansionismo neo-otomano impulsado por el
presidente turco, Erdogan, para quien el Cáucaso meridional tiene una gran importancia estratégica como vía de exportación del gas y petróleo azerí hasta Turquía, para llegar luego hasta Europa, para quien el gas y el petróleo provenientes de Azerbaiyán suponen alrededor del 5% de su demanda energética. En medio de este gran juego de intereses e influencias, son nuevamente los descendientes del primer reino cristiano quienes ven cómo su supervivencia corre peligro.
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