Poco antes del confinamiento por el coronavirus el gobierno de España lanzaba una campaña feminista bajo el degradante lema «Sola y borracha quiero volver a casa». Este exabrupto daba pie a Juan Manuel de Prada para escribir esta atinada columna en ABC:
«Hay que agradecer la sinceridad sin ambages de la consigna “Sola y borracha quiero volver a casa”, que delata los postulados antropológicos de sus promotores. En efecto, estar sola y borracha es el destino que aguarda a la mujer en la sociedad que estos psicópatos y psicópatas están diseñando. Que, paradójicamente –¡porque esta patulea se cree “anticapitalista”!–, es la sociedad capitalista denunciada por Chesterton, que “destruye hogares, alienta divorcios, provoca la lucha de los sexos y desprestigia las viejas virtudes domésticas”, para entronizar “una religión erótica que, a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad”. Todos los destrozos antropológicos que Chesterton asignaba al capitalismo son los que han instaurado estos psicópatos y psicópatas del neofeminismo. Y, en su esfuerzo por conseguir mujeres “solas y borrachas”, huérfanas de vínculos humanos y de virtudes morales, han añadido a todas las calamidades denunciadas por Chesterton una todavía más desquiciada, el delirio del “género”, que ha diluido la realidad biológica de la mujer en un sopicaldo penevulvar.
La revolución capitalista, señalaba Walter Lippman, precisa “reajustes necesarios en el género de vida” (es decir, destrozos antropológicos concienzudos). Y, para lograr tales “reajustes”, cuenta con un neofeminismo psicopático que quiere mujeres “solas y borrachas”. O sea, mujeres odiadoras del hombre y de la fecundidad (“solas”) y entregadas a la libertad sexual más desnortada (“borrachas”). Y, junto a estas mujeres arrasadas, estos psicópatos y psicópatas precisan igualmente hombres “solos” (o sea, divorciados de su masculinidad, narcisos compulsivos o pajilleros disfrazados de planchabragas) y “borrachos” (o sea, enganchados a la pornografía, adoradores del ojo sin párpado o misóginos que sólo ven en las mujeres un recipiente en el que descargar sus flujos). Los “reajustes necesarios en el género de vida” precisan, en fin, mujeres y hombres desvinculados, solipsistas, absortos en la satisfacción de sus placeres ególatras, sin capacidad alguna para comprometerse en un proyecto vital a largo plazo fundado en la transmisión de la vida, sin capacidad para constituir un hogar que sea una fortaleza inexpugnable frente a quienes desean imponer un nuevo modelo de vida en el que, desde luego, no habrá “brecha salarial” alguna. Puesto que hombres y mujeres cobrarán el mismo sueldo birrioso, idóneo para gentes que, como no tienen responsabilidades paternas, pueden emborracharse cada fin de semana, antes de volver a su cuchitril infecto sin sitio para la prole, o al cuchitril también infecto del ligue que han conseguido por Tinder o Grindr, con el que borrachos intercambiarán soledad y flujos.
Y, a su vez, estos sórdidos intercambios favorecerán la expansión del coronavirus, que a su manera también contribuirá a los “reajustes necesarios en el género de vida”, abreviando la de gentes solas y borrachas con “patologías previas”. Así, los psicópatos y psicópatas artífices del destrozo antropológico ahorrarán en pensiones y podrán añadir una propinilla al sueldo birrioso de las masas de gente sola y borracha que pastorean. Y conseguirán, además, que estas masas se prosternen ante ellos, agradeciéndoles la vida de mierda que llevan. Y los psicópatos y psicópatas podrán decir complacidos, como el Gran Inquisidor de Dostoievsky: “Nosotros les enseñaremos que la felicidad infantil es la más deliciosa. Incluso les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Y ellos nos mirarán como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de sus pecados. Y ya nunca tendrán secretos para nosotros”.»
La esperanza de la familia en un mundo totalmente secularizado*
La familia cristiana en el corazón de la nueva evangelización En mi patria al igual que aquí, predomina el fenómeno de la secularización, aunque todavía se conservan familias católicas de una profunda fe religiosa, que practican devotamente. Y allí...