Desde 2016 los medios de comunicación y los opinadores profesionales nos han repetido hasta la saciedad que el resultado del referéndum británico sobre el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) había sido un error, el fruto de numerosas mentiras, y que los propios británicos se arrepentían masivamente de su decisión. Era, pues, necesario realizar un segundo referéndum para revertir la situación. Y sin embargo las elecciones desde entonces han confirmado el apoyo mayoritario a los defensores del Brexit, de modo especial las últimas elecciones europeas, en las que el Partido del Brexit obtuvo una sonada mayoría.
A pesar de esto, los medios insistieron en que el líder conservador Boris Johnson iba a fracasar en su intento de conseguir una mayoría parlamentaria que le permitiera ejecutar finalmente el mandato del referéndum. La histórica victoria conservadora (el Partido del Brexit no se presentó a las elecciones para concentrar todo su voto en los candidatos tories), que consigue mayoría absoluta en el parlamento de Westminster y deja al Partido Laborista con sus peores resultados desde 1935, ha vuelto a pillar con el pie cambiado a una prensa que, más que informar, prefiere adoctrinar.
En esta histórica victoria se ha verificado un cambio de patrón de comportamiento electoral interesante. Los barrios más favorecidos votaron a la izquierda laborista como antes habían votado en favor de la integración en la UE. Por el contrario, el Partido Conservador no sólo ha recogido masivamente el voto rural, sino también el de los barrios más desfavorecidos.
Boris Johnson planteó las elecciones como un plebiscito sobre el Brexit, con un lema electoral muy claro: «Hagamos el Brexit realidad», al tiempo que limaba aristas de la plataforma conservadora, combinando una postura más estricta en la lucha contra la criminalidad (con la promesa de 20.000 policías más) y el control de la emigración (exigiendo 5 años de residencia a los extranjeros para que puedan beneficiarse de las ayudas sociales) junto con medidas que hasta ahora parecían monopolio de la izquierda, como la promesa de importantes inversiones en la Sanidad pública (con la construcción de 40 nuevos hospitales y el aumento del número de enfermeras en 50.000) o la nacionalización del transporte ferroviario. El Partido Conservador de Boris Johnson se asemejaría más al conservadurismo «One Nation» de Disraeli en el siglo xix, que consiguió el apoyo de las clases populares, que a la plataforma más liberal de Margaret Thatcher.
Frente al Partido Conservador se alzaban dos alternativas. La principal, el laborismo de Jeremy Corbyn que ha recuperado el discurso vagamente marxista de los años 70, prometiendo subidas de impuestos, nacionalizaciones generalizadas y defensa del multiculturalismo (muy comprensivo con el islam y al mismo tiempo abiertamente antisionista). Una plataforma a la que los británicos han dado la espalda. El Partido Liberal-demócrata, por su parte, ha caído en la marginalidad al tiempo que expulsaba a cualquier candidato que declarara convicciones cristianas.
Más allá de las consecuencias reales del Brexit, resulta evidente que lo que más ha pesado en esta ocasión ha sido la determinación de una mayoría de los británicos de rechazar la disolución de su país en la Unión Europea y unas leyes impuestas por oscuros organismos en Bruselas que transforman su modo de vida y que desprecian las creencias cristianas en beneficio de una visión laicista y multiculturalista. Sin poner excesivas esperanzas en una Gran Bretaña que padece la misma enfermedad espiritual que el resto de Europa occidental, esta victoria de Boris Johnson y del Brexit demuestra una vez más la falsedad de la tesis según la cual el sentido de la historia está determinado por un progreso ineludible del que no hay escapatoria
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